El lugar a donde me llevó el Supervisor era el último piso de uno de los edificios más altos de la ciudad. Esa subida me dio el susto de mi vida porque, a diferencia de la reunión con los ancianos del Tribunal Supremo, a la que habíamos llegado subiendo por unas escaleras, esta vez lo hicimos por el exterior. El Supervisor ascendió a toda prisa llevándome del brazo, y sentí que mis piernas iban a desprenderse de mi cuerpo mientras las ventanas del edificio parecían correr a toda prisa, huyendo hacia abajo. Cuando por fin ese ser insensible y fastidioso me dejó en el techo, estuve a punto de vomitar, pero por suerte no lo hice, porque me dejó parada sobre una elegante alfombra verde que simulaba césped, rodeado de macetones en los que había plantados algunos árboles pequeños, y plantas con flores que soltaban perfumes suaves y dulces. El techo estaba iluminado con luces artificiales que no dejaban ver los puntos de luz del cielo nocturno.
—Este es el jardín privado del señor Saruf —me dijo el Supervisor, mientras me hacía un gesto de advertencia—. No toques nada a menos que él te lo ordene.
—¿Y qué es lo que tengo que hacer aquí? —pregunté, aún a costa de recibir un par de gritos. Estaba confundida y necesitaba una respuesta, que no conseguí:
—¡Cállate, Alas de carbón!
—¡Necesito saber qué tengo que hacer! Si tú no me lo dices, ¿cómo quieres que sepa?
—Una Alas de carbón rebelde… —Por detrás de los arbustos apareció un anciano de cabello largo y escaso, y ojos de un rosado desleído. Era muy pálido y delgado, y estaba vestido con una túnica blanca, como todos los que había visto hasta ese momento, pero encima tenía un delantal tan sucio de tierra como sus manos. No sabía por qué, pero me cayó bien. El tiempo me iba a demostrar que era muy mala juzgando a la gente a primera vista—. ¿Para quién se la trajiste?
—Señor Saruf… —El Supervisor hizo una extraña reverencia, en la que sus alas casi quedaron al revés. Le costó enderezarse, y el anciano soltó una risita apagada—. El Tribunal Supremo me envía para que le deje esta Alas de carbón a su servicio…
El gesto afable y la sonrisa del viejo se le borraron al instante:
—¿Y desde cuándo esos buenos para nada me mandan algo que yo no necesito?
El Supervisor se quedó mirando las puntas de sus zapatos mientras apretaba las manos a la espalda:
—Son órdenes, señor… —dijo, en un tono tan bajo que creí que el anciano no iba a escucharlo. Pero sí lo escuchó, porque reaccionó mal:
—¡Pues ve y dile al Tribunal Supremo que sus órdenes me interesan un cuerno! ¡Y saca ya mismo a esta cosa de mi jardín!
Esos dos seres del Aire hablaban de mí como si yo fuera otra de las plantas atrapadas en las macetas. Debía defenderme:
—Yo no soy una cosa: soy un ser de la Tierra, y tampoco soy Alas de carbón ni 316. Mi nombre es Nilak.
El Supervisor me miró, horrorizado, y las expresiones del viejo Saruf pasaron de la incredulidad a una risa desagradable y llena de ironía:
—Vas a tener que bajarle los humos antes de ponerla al servicio de una familia —le dijo al Supervisor, sin dejar de mirarme—. ¿Por qué no la llevas a la fábrica? Ahí va a aprender a cerrar la boca.
El Supervisor hizo un gesto negativo con la cabeza mientras me miraba con furia:
—El Tribunal Supremo consideró que es demasiado débil para la fábrica, señor.
—¿Y por qué me la quieren dejar a mí, entonces?
—No lo sé…
—¿Piensan que yo voy a poder disciplinarla? —El viejo resopló—. En otra época podría haberlo hecho, pero ya no tengo la fuerza de antes, y menos las ganas. —Después me miró con una expresión de cansancio. Parecía que repentinamente se había vuelto más viejo—. No quiero verla. Sácala de mi jardín.
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Alas de carbón #ONC2024
FantasyHistoria creada para el #ONC2024 disparador 22, ganadora de la segunda ronda en el rubro Fantasía. Nilak es un ser de la Tierra, aún pequeña para comenzar a trabajar en la mina de carbón junto al resto de su familia; ese es su destino: servir a los...