Capítulo 11- Planes de escape

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Los días en la cárcel se transformaron en semanas, y las semanas en meses de una rutina que me puso al borde de la locura: inactividad forzosa, horarios hasta para ir al baño, desayunos, almuerzos y cenas de papillas nutritivas color vómito, y prohibición absoluta de usar nuestras alas. A veces veía a Shawn a lo lejos, del otro lado de la cerca que separaba el sector de hombres y de mujeres, cuando nos permitían salir al patio a estirar las piernas, por una hora. Solo podía observar a mi amigo de lejos, pero no acercarme a la cerca y menos intentar un saludo o decirle algo: los ojos de los Carceleros, seres del Aire de aspecto maligno y a los que no les importaba ejercer la fuerza sobre el montón de inútiles -así nos decían- que éramos, estaban, inyectados en sangre, fijos en nosotros. Pero en los ojos hundidos y tristes de mi amigo podía adivinar lo mal que la estaba pasando, y eso me rompía aún más el corazón, porque lo había arrastrado a esa locura a sabiendas de que lo ponía en peligro.

Por lo menos tenía la compañía de 754, esa Alas de fuego que había conocido en la enfermería de la cárcel. No podía considerarla una amiga: algunas veces lográbamos tener una conversación medianamente sensata, pero muchas otras solo caminábamos juntas, y mientras yo intentaba sacar una conversación ella mantenía un obstinado silencio: yo no sabía qué había hecho para acabar en la cárcel, ni cuánto tiempo llevaba allí. Por lo general estaba contenida, como un volcán dormido, pero de repente hacía erupción y le entraban unos arranques de locura que terminaban en el hospital de prisión, en donde desaparecía por unos días, para volver con una tranquilidad lograda a punta de pastillas. En uno de los raros días en que quiso hablar, me dijo la verdad, o por lo menos la parte que sabía: me tocó el brazo para llamarme la atención y luego extendió un dedo hacia la cerca; en el patio de los varones había entrado un muchacho bastante joven, con el cabello del color de aquellos panes que me daba 186 en la cocina del viejo Saruf, y unas las alas iguales al Sol cuando surgía desde el horizonte, en los amaneceres que no se veían desde la cárcel.

—Mira, 316. Un Alas de oro. Son muy escasos. 

En la cárcel había muchos Alas de carbón, y también algunos Alas de fuego. Pero era la primera vez que veía un Alas de oro:

—¿De dónde vienen? —le pregunté, mientras observaba la belleza de ese chico. Ya tenía dieciséis años y había aprendido a admirar los rostros recios, los labios carnosos y entreabiertos, los músculos torneados y las alas brillantes de los hombres. Y ese era el más bello que había visto nunca.

754 me había contado, el día que nos conocimos en el hospital, que su raza, los alas de Fuego, provenían de la Jurisdicción de los metales, lugar en donde se extraía el material para construir las máquinas de las ciudades flotantes. Al igual que los Alas de carbón, vivían en otra ciudad sin saber que existían más razas aladas y esclavizadas como ellos. Los Alas de oro provenían de la Jurisdicción de los cereales, y también habían capturado en el pelo, los ojos y las plumas de sus alas el color del lugar en donde habían nacido. 

—¿Hay más razas como las nuestras?

754 se encogió de hombros y miró al suelo; parecía que había vuelto a perder las ganas de hablar:

—No lo sé. Puede ser.

—¿Y por qué crees que los del Aire nos ocultaron la existencia de las otras razas?

—Tampoco lo sé. —Sus manos se habían puesto tensas, como garras, y por el medio de la frente se le marcó una vena. Otra vez se estaba encerrando en sí misma, y era mejor dejarla en paz, si no quería hacer explotar su ira. Me puse a pensar y llegué a una teoría: si había tantas jurisdicciones en la Tierra, era lógico pensar que en todas ellas nacerían seres alados. ¿Podría ser que fuéramos tantos, que representáramos una amenaza para los del Aire? Éramos igual de poderosos que ellos, pero su fuerza provenía de que nos superaban en número. ¿Qué podría pasar si descubríamos que eso no era cierto? 

Alas de carbón #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora