Capítulo 13- Descubrimientos

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La historia que me contó Fergus, que así se llamaba el menor de los pescadores que me habían rescatado, era tan inverosímil, que creí que me estaba engañando: parecía que la Jurisdicción de los pescadores estaba en otro planeta, y no en Orkham.

Ellos estaban en contacto con los seres del Aire, que en sus visitas no solo no les pedían nada, sino que hasta les traían cosas, como medicinas, ropa o juguetes para los niños.

Fergus me había conseguido una cabaña vacía, y me ayudó a curarme el brazo. Luego se fue y me dejó descansar. No sé cuánto dormí, pero cuando me desperté y me enderecé en el camastro que me habían hecho con una gruesa capa de las hojas de aquel árbol de la playa, que parecía servir para todo, vi que a mi lado había un gran cuenco de agua, una pastilla de jabón y ropa limpia que alguien se había tomado el trabajo de acondicionar con una abertura para que pasaran mis alas.

Parecía que me estaban esperando: en el momento en que salí, limpia y con mi ropa nueva, sentí murmullos de aprobación, y un par de niños volvieron a acercarse a mí con más cuencos de comida. Era evidente que querían mucho a los seres del Aire, y eso me resultó por demás intrigante. Tenía que interrogar a Fergus:

—¿Cómo son los seres del Aire que vienen aquí?

—Son como usted, señora, pero tienen el pelo blanco, los ojos rosados y las alas plateadas…

Eran ellos, no cabía duda. Pero, ¿por qué los trataban bien? Vi que en el brazo del chico no había cicatriz alguna:

—¿No tienes chip? —le pregunté, y me miró sin entender: 

—¿Chip? ¿Qué es eso?

No tenían chip, y tampoco los visitaban los seres del Aire que les quitaban todo al resto de las jurisdicciones, además de llevarse a sus niños alados. ¿Qué rayos estaba pasando? 

—Dime, Fergus, ¿esos seres se han llevado a algún niño para las ciudades del aire? Digo, a los niños a los que le brotaron alas…

No quiso burlarse de mí, imagino que por respeto, pero se le escapó una risita: 

—¿Un pescador con alas…? ¡Eso estaría bueno!

—¿Qué quieres decir…?

Frunció las cejas; no podía comprender lo que intentaba averiguar:

—No sé de qué habla, señora. Los seres del Aire nunca se llevaron a nadie, y aquí no hay niños con alas…

No valía la pena seguir con el tema. Tal vez ellos estaban obligados a ocultar cuando los del Aire se llevaban a uno de sus hijos, aunque era raro que los quisieran tanto.

—Dime, Fergus, ¿cada cuánto vienen los seres del Aire?

—Una vez por mes, señora. Vienen por poco tiempo, nos traen lo que necesitamos y se van enseguida. No aceptan que los invitemos a nuestras celebraciones, aunque a veces toman las bolsas de cocos que les preparan los niños —sonrió mientras miraba a la distancia, como si guardase un buen recuerdo—. Si no fuera por ellos, muchos de nosotros no habríamos sobrevivido a las enfermedades.

Las cosas se estaban poniendo cada vez más raras:

—¿Cuánto hace que vinieron por última vez?

—Casi dos semanas, señora.

                         ***

Pasé el resto del mes en vilo, sin saber qué hacer. Podía irme de allí, aunque no tenía idea de dónde estaba; había sobrevolado la orilla de la playa para descubrir que aquello era una isla, rodeada por kilómetros de agua. No podía arriesgarme a volar en ninguna dirección: si no encontraba tierra firme, las fuerzas me abandonarían y volvería a caer al agua.

Decidí decirle parte de la verdad a Fergus, y rogarle que me escondiera:

—Yo no soy exactamente un ser del Aire: soy una Alas de carbón, y vengo de una jurisdicción lejana. Si me atrapan me llevarán a la carcel…

Tuve que contestar mil preguntas: el chico no creía que los del Aire fueran malos hasta el punto de tener cárceles para seres como yo, que no querían ser sus esclavos, ni que le quitaran todo a los habitantes de la Tierra. Me asustó pensar que iba a delatarme por pensar que estaba en contra de sus amigos. Pero no: un día golpeó a mi puerta con urgencia, y me avisó que los del Aire estaban descendiendo del cielo.

Salí por la puerta de atrás de mi cabaña y me escondí entre unos matorrales que me permitieron verlo todo, sin ser vista: cuatro seres del Aire, hombres y mujeres, estaban en la playa, vestidos con su impecable ropa blanca. Pero no le tenían asco a los pescadores: dos de ellos tenían niños de cabellos celestes en sus brazos, a los que saludaban con afecto, mientras que los otros les daban a los pescadores unas cajas iguales a las que yo había visto en la fábrica, y probaban, sonrientes, la comida que les ofrecían ellos como bienvenida.

Uno de los niños, en su inocencia, le habló a la mujer que lo tenía en brazos y luego señaló mi cabaña. Me supe delatada, y abandoné mi escondite para volar a toda velocidad, lejos de allí.

Iba casi al ras del suelo, dejando atrás las ramas de los arbustos que me golpeaban la cara cuando no lograba esquivarlos. Una sombra enorme me pasó por encima; era uno de los del Aire, un hombre que, al tener alas más grandes, me había alcanzado sin esforzarse. Se detuvo de golpe y me atrapó antes de que tuviera tiempo de esquivarlo.

Me revolví entre sus brazos, grité, lo pateé y creo que hasta lo mordí. En silencio, él me arrastró hasta la playa y, ante el estupor de los pescadores, que no entendían nada, me soltó sobre la arena, en medio de la rueda que habían formado los suyos:

—¿Quién eres? —preguntó uno.

—¡Eso no es asunto suyo! —exclamé mientras me secaba la sangre de la cara, producto de los golpes contra las ramas.

—Es una Alas de carbón —dijo otro—. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?

—Seguro que se escapó. Pero, ¿por qué los Supervisores no la siguieron?

Uno de ellos se fijó en la herida de mi brazo, que ya había cicatrizado:

—Miren, parece que se quitó el chip…

—¿En serio?

Los cuatro hablaban entre ellos, y parecían más admirados que enojados por mi hazaña. Sentada en la arena, me abracé las piernas y escondí la cara entre los brazos. Iban a llevarme de nuevo a la cárcel, si tenía suerte.

Fergus vino en mi ayuda:

—¡Ella no es mala! Solo tiene miedo… Cayó desde el cielo, y la rescatamos del agua…

—¿Es tu amiga, Fergus? —preguntó una de las mujeres del Aire—. ¿Sabes cómo se llama?

—Él no sabe nada… —Ya me habían atrapado; no iba a meter en líos a ese chico inocente—. Soy 316, y me escapé de la cárcel.

Pero los del aire me tenían reservada una sorpresa:

—No te preguntamos tu número sino tu nombre, muchacha. Y si te escapaste de la cárcel, tendrás tus razones.

                           ***

A pesar de que no querían estar mucho en la Jurisdicción de los pescadores para no despertar el interés de los Supervisores, que no iban allí porque no les importaba lo poco que podían obtener de ese pequeño poblado, los seres del Aire se quedaron un rato conmigo para intercambiar información. Ellos pertenecían a una élite de intelectuales, que abogaban por la hermandad de los pueblos de la Tierra y del Aire, y que sabían hasta qué punto el Tribunal Supremo, que gobernaba a la mayoría, nos había esclavizado, aunque no podían hacer nada por ayudarnos. Reunidos allí, frente a la sencilla mesa de mi cabaña, me contaron la verdad: una verdad cruel e injusta, pero que me abrió los ojos.

Alas de carbón #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora