Memorias de una chica con el corazón roto: Entrada 4

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Tengo que admitir que los primeros meses me esforcé en que Neptune me odiara, sin embargo, la vida doméstica con él resultó extrañamente placentera; nunca antes había podido irme a dormir a altas horas de la madrugada escuchando música o despertar en el medio de la tarde e ir directo a la cocina por algo para picar. Saffreen siempre había dictado mis horarios, y cuando no era ella, había sido Demetria... o Finnick.

Mi compañero de piso había fruncido el ceño la primera vez que pregunté si podía ir de compras, y básicamente me había dicho que podía salir a donde se me diera la gana, siempre y cuando no tuviéramos un compromiso juntos. También se había horrorizado cuando le pregunté si mi plato de comida le parecía adecuado (Cashmere siempre debía preguntar esto a Collic) y me dijo con extrañeza que eso quedaba a mi criterio.

Al inicio había pensado que esto sería lo mejor que estaría mi situación, pues tenía muchísimas más libertades que todos los tributos que habían sido comprados; sin embargo, las cosas fueron evolucionando poco a poco.

Neptune se dio cuenta de mi gusto por la moda y acondicionó para mí un vestidor que ni en mis sueños más extravagantes me habría imaginado, también reparó muy pronto en mis preferencias de comida y bebida, asegurándose de mantener las alacenas abastecidas de crema de avellanas y las puertas del frigorífico forradas de botellas de leche de coco.

Como pago, yo lo despreciaba, me negaba a estar en la misma habitación que él en el fastuoso departamento, evitaba su mirada mientras no estuviéramos en algún evento y me confinaba a mi habitación cuando quería conversar. Pero él se esforzaba tanto en agradarme que me era complicado fingir que no comenzaba a hacerlo.

Un día que llegué de uno de mis compromisos, abrí las puertas del pent-house y me recibieron un par de ojos severos y rasgados los cuales recordaba perfectamente.

- ¿Chrystal? – dije con más alivio que sorpresa, su mirada parecía cautelosa, pero no pudo evitar una sonrisa también - ¡Chrystal!

Sin poder evitarlo corrí a abrazarla, aunque ella se puso algo rígida, me devolvió el abrazo; de inmediato se apartó cuando notó a Neptune asomándose desde la puerta de su estudio.

- Oh, ya la has visto – dijo con una sonrisa benevolente.

- ¿Qué está haciendo aquí? – pregunté, ahora comprendiendo la anterior precaución en la expresión de Chrystal.

- Supuse que querrías alguien familiar para que te hiciera compañía... la mencionaste cuando me hablaste de los Juegos así que...

Dejó la oración al aire, sin saber cómo reaccionaría a continuación; Chrystal primero lo miró a él y luego a mí, con una ceja alzada con curiosidad.

Yo por mi parte, me había quedado sin palabras, sin imaginar qué lo habría empujado a hacer algo así. ¿Por qué quería agradarme? No tenía necesidad alguna de ello.

– Pero solo se quedará si ella está de acuerdo – dije con seriedad, intentando disimular lo conmovida que me había dejado el detalle.

Me giré hacia Chrystal, rogando que dijera que sí, y ésta se limitó a asentir con gravedad. Creo que es lo más expresiva que la he visto.

Neptune disfrutaba de leer; aunque la mayor parte del día se dedicaba a estudiar documentos y grandes números, también le gustaba leer por diversión. Cosas diferentes, toda una pared de su estudio estaba exclusivamente dedicado a la literatura, libros y libros que devoraba con inusitada rapidez y en los que hacía anotaciones y dobleces, dejando su huella por todos ellos.

A veces las páginas susurrantes me llamaban la atención cuando dejaba la puerta del estudio entreabierta, nunca me había dicho expresamente que no podía pasar, pero había algo extrañamente íntimo en la habitación que se notaba aunque apenas alcanzaba a ver una pequeña esquina; algo que me indicaba que era totalmente territorio de Neptune y que entrar a él sería quedar a su merced.

EL TRIBUTO| Los Juegos Del Hambre (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora