Capitulo 29: Una Táctica De Manipulación Absoluta

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Dylan está en la isla de la cocina hablando por el móvil. Me mira y casi me caigo de culo por culpa de su arrebatadora sonrisa. Sí, está súper satisfecho consigo mismo.

Le recorro el cuerpo con la mirada: va vestido con traje gris y camisa blanca. Suspiro de admiración. Se ha puesto gel fijador en el pelo. Me encanta que no se haya afeitado. Tiene un aspecto muy masculino y está guapo a rabiar.

¿Por qué habré insistido tanto en ir a trabajar?

—Iré en cuanto deje a Emma en el trabajo y vaya a la empresa —Se vuelve en el taburete y ladea la cabeza—. Sí, dile a Leyla que lo quiero en mi despacho cuando llegue.

Se da unas palmaditas en el regazo y me acerco intentando no poner mala cara tras haber oído el nombre de esa arpía.

—Anulamos su carnet de socio, así de sencillo. —Me siento en sus rodillas y sonrío cuando hunde la cara en mi cuello y me huele—. Puede protestar todo lo que quiera, queda expulsado. Punto .—espeta con brusquedad.

¿De qué habla?

—Que Leyla lo cancele... sí... muy bien... te veo pronto.

Cuelga, tira el teléfono sobre la encimera y serpentea con las manos debajo de mis rodillas para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un beso glotón y generoso. Gime en mi boca de pura satisfacción.

—Me gusta tu vestido —musita contra mis labios. Huele mucho a menta, mezclada con un poco de nata. No soporto mucho la nata cuando pequeña comí demasiado, pero a él lo adoro y me encanta que sea tan atento, así que me olvido de ella.

—Claro que te gusta, ¡lo has elegido tú! ¿Y la ropa interior? - Me da un pico y me suelta.

—Ya te lo he dicho: siempre encaje. —Me recorre con la mirada.

No discuto, no tiene ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y además ya la llevo puesta.

—¿Quieres desayunar? —pregunta.

Miro el reloj de la cocina.

—Me tomaré algo en la oficina. —No puedo llegar tarde.

Cojo el bolso para sacar mis píldoras.

—¿Puedo servirme un vaso de agua?


—Toda la que quieras, nena.

— Gracias, nene


Voy al gigantesco frigorífico y rebusco en las profundidades de mi bolso. ¿Dónde están? Suelto el bolso en la encimera, junto a la nevera, y lo vacío. Mis píldoras anticonceptivas no están. Otra vez no, por favor. No tengo remedio.

—¿Qué ocurre? —me pregunta.


—Nada —farfullo mientras lo meto todo de nuevo en el bolso—. Joder —maldigo en voz baja. Pero entonces me dedico un aplauso mental por haber guardado por separado los blísteres y haber dejado algunos en mi cajón de la ropa interior creo que deje lo demás en el carro o tal vez en la cocina de casa de Irene.

—Vigila tu lenguaje, Emma —me regaña—. Venga, vas a llegar tarde.

—Lo siento —murmuro algo a avergonzada pero... Espera!—. Es culpa tuya.

Me cuelgo la bandolera del hombro.

—¿Mía? —pregunta con los ojos muy abiertos—. ¿Qué es culpa mía?

Maravilloso Secreto. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora