Pecado.

621 57 24
                                    

El Edén era un lugar de belleza indescriptible, donde las plantas crecían abundantes y la naturaleza se extendía en todas direcciones. El sol brillaba cálido sobre las copas de los árboles, y una brisa suave soplaba, haciendo bailar las hojas verdes. Los pájaros cantaban sus melodías entre las ramas, mientras que los animales salvajes vagaban por el lugar sin temor. Todo estaba en armonía, y el ambiente era de paz y tranquilidad absoluta.

El silencioso ronroneo de un gran animal era música de cuna para el joven Adán, quien se encontraba recostado sobre el peludo pecho de un tigre. Su mano estaba por abajo de su hocico, proporcionándole caricias que lo arrullaban. El castaño se levantó para poder sentarse a la par del felino, quien dio un bostezo al dejar de sentir sus caricias.

Perdóname, solo me acomodaba. Eres tan suave que jamás dejaría de acariciarte.–  Le hablaba con claro cariño en su voz, volviendo a mimarlo con la esperanza de que el ronroneo regrese. Entre los arbustos de flores, un mediano animal de orejas largas hizo presencia, captando la atención del primer hombre. El conejo blanco de manchas marrones se acercó con pequeños pasos hacia el humano, quien no se resistió en cargarlo en manos para verlo mejor.

¡Mira qué cosita tan tierna! ¿Tienes hambre, pequeño?

El joven siempre se maravillaba por las criaturas que habitaban el hogar que Dios había creado, sentía tanta curiosidad por conocer cada rincón de aquel paraíso. Colocó el conejo en su regazo, buscando con la mirada qué podría darle de comer, aunque se percató que el felino olfateaba al animal de menor tamaño.

¿Estás celoso de esta bolita de pelos? No hay problema, también te quiero a ti.– Con una sonrisa amable, colocó su mano sobre la cabeza del tigre, dándole suaves caricias. Estaba siendo un día excelente, solo faltaba su amada Eva para completarlo. Desde que había despertado no la encontró cerca, quería que volviera pronto para poder comer juntos, y alimentar al conejo que se acababa de encontrar.

Los pájaros en la cima de los árboles poco a poco dejaron su armónico cantar, empezando a aletear lejos de donde estaba Adán. El joven hombre miró a las aves con curiosidad, sin entender aquel comportamiento repentino. Pero la ocurrencia de que podrían estar jugando una broma lo hizo sonreír, no tenía idea de que escapaban de algo, o de alguien.

El silencio gobernó en el Edén, ningún pájaro se encontraba cerca, la brisa no movía las hojas verdes en lo más alto, la atmósfera tenía una sensación pesada. El castaño observaba desconcertado el ambiente, era muy extraño viniendo del lugar tan mágico donde vivía.

Lo siento, pequeño. Quizás más tarde te dé algo de comer.– Se disculpó con el conejo mientras lo dejaba suavemente en el suelo. Se levantó y volvió a mirar hacia la cima de los árboles, en busca de algún ave que cante en señal de que nada malo sucedía. Pero no era así, hasta el gran felino se levantó para irse, pensó por un segundo también alejarse de allí.

Las hojas secas hicieron un crujido cerca, provocando que busque entre los troncos de los árboles, quién provocó ese sonido. Cruzando mirada con quien alguna vez fue su primer amor. Allí se encontraba una mujer de curvas pronunciadas, mirándolo fijo con sus ojos lilas llenos de venganza y rencor, su vestido tocaba el suelo casi cubriendo el pasto con su delicada tela. Lilith estaba en frente de él. Los ojos de Adán se abrieron ante su repentina presencia maligna, quería creer que era su imaginación, hasta que ella habló.

Es bueno volvernos a ver, Adán. No has cambiado nada desde la última vez, ¿no me extrañaste?

Lilith... ¿Qué haces aquí? Tú ya no formas parte del Edén, ¿qué haces aquí?– La sorpresa del castaño era evidente, no había ninguna razón para que ella estuviera ahí. Sin embargo, la de ojos lila se rió en burla de su confusión.

𝐄𝐥 𝐫𝐞𝐧𝐚𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫 (Adam x Lute)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora