Capítulo 12: Pesadillas (1° Parte)

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"Cuando el peligro parece ligero, deja de ser ligero."

Sir Francis Bacon

Londres, Reino Unido, año 1912 a mediados de octubre. 

El violinista por fin pudo despertar. Ya llevaba un par de semanas en la capital, pero aún no lograba acostumbrarse a la idea de tener que alojarse en el mismo país donde se transformó y donde tuvo que pasar varios meses, meses en que no tenía claridad de quien era o lo que debía hacer. Solo la oscuridad y el deseo de la eterna nada retumbaban en su cabeza; y el nombre de Francoeur.

Tres meses habían transcurrido desde que pudo reencontrar al insecto y durante ese tiempo, por desgracia, recordó su pasado. Las pesadillas volvían a atormentarlo en estas últimas noches, pero ahora, por alguna razón, se habían apaciguado. Al menos un poco.

Respiró profundamente, tratando de calmar su agitada coraza, y observó la habitación en la que se encontraba. Numerosos carteles del mundo se desplegaban por las paredes, múltiples trajes se asomaban desde un armario, el tocador estaba repleto de maquillaje, la maleta de su violín reposaba cuidadosamente en un pequeño estante y él mismo se encontró en una cama; a salvo.

Se sentó y acarició su frente con sus largas falanges. Sus manos se tocaban entre sí, gracias a la manga de la camisa. Deslizó reiteradamente su pulgar contra su índice, siempre cerciorándose de que seguía ahí. Así.

Se dio cuenta de que había una figura en la periferia de su campo de visión, así que desvió el rostro y encontró a Rey próximo a él, arrodillado junto a la cama, durmiendo plácidamente.

La boca de Weto se abrió, pero contuvo su aliento. Sus ojos no lo engañaban, aunque parpadease, el maestro de ceremonias sí estaba allí. Notó que una de sus marrones manos estaba cerca de él, levemente arqueada y apuntando hacia su dirección. Con cuidado extendió su brazo y asió su hombro con firmeza, pero al tocar su coraza sintió frío, uno más intenso que la temperatura normal para ellos.

Arqueó el ceño, comprendiendo al fin lo ocurrido. El maestro había sido aquel motivo. Al pensar en ello, sintió un malestar que aplastó su corazón, se estremeció y sus extremidades se enfriaron rápidamente.

Se levantó cautelosamente y cubrió el cuerpo del insecto con la manta de la otra cama. Rey se sobresaltó y gimió, frotando su rostro contra el borde del colchón. Un sonido muy leve y apagado escapó de su boca:

—Weto... Despertaste, que gusto.

—No tenías que... —Enmudeció en el acto y replanteó sus ideas. Suspiró con un aire de resignación y posó una mano en su hombro—. Gracias, Rey.

Dicho esto, no pudo evitar apenarse, su mandíbula se apretó, se alejó y se desplazó por el cuarto, hasta detenerse en la puerta.

—No te muevas, te traeré un café.

—Es... una idea maravillosa. "Grazie."

El grillo asintió, ya empezaba a entender un poco más de su vocabulario. Antes de cruzar el umbral, escuchó su nombre, sí, sin embargo, también escuchó unas palabras que aún no comprendía... ¿Algo sobre un son?... ¿Y té?


El comisionado Pâté conducía por las calles de París, seguido por un séquito pequeño de policías. Había vislumbrado el fuego proveniente de Meudon y ahora estaba en camino para verificar el trabajo del cuerpo de bomberos. Sus ojos miraban furtivamente al prefecto que iba junto a él como copiloto y volvían a fijarse en las veredas transitadas por los pocos locales. Antes de salir de la comuna, vio los afiches pegados a las paredes, letreros que plasmaban la figura del monstruo forestal. Se percató de que su superior no desvió la mirada del camino, en ningún momento, ni siquiera para dar un leve vistazo a tales afiches. Pensó que no debía importarle.

Aventuras Parisinas VOL.2Where stories live. Discover now