Capítulo 10: Immigré (2° Parte)

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El día siguiente fue muy tranquilo. Volvió a abrir el cabaret, y en la noche celebrarían por la directora del lugar. Daban espectáculos y la gente no podía estar más encantada. Cerrarían con la función de los tres más cercanos, aplaudiendo. Francoeur se reverenciaba ante el público junto a su hermana y su amada, no obstante, cuando alzó la vista, quedó ensimismado. Arriba, en los palcos, vio el leve movimiento de una figura de rojo, una figura que había visto antes, estaba seguro. Regresó a su entorno, jadeante, extrañado, mas despejó su mente, debían de ser ideas suyas. Lo que no se imaginaba, era lo que sentiría después...

El aire. El aire se volvió muy pesado de repente, los aplausos se ensordecían mientras se intensificaba un olor penetrante a metal. Él lo sintió, volteó a su hermana, en su mirar supo que era verdad. Había otros aromas, pero un sabor metálico entintaba sus bocas... y el hedor a pólvora.

Entonces la puerta del salón fue derribada y humo cubrió el lugar, asustando a las personas. Entraron tres hombres bien vestidos, de chaquetón y sombrero de copa, todos con revólver en mano. Tres disparos fueron lanzados hacia el tejado, provocando que las personas gritaran y corrieran desde sus asientos, amontonándose hacia la pared. Uno de esos hombres se subió rápidamente a una de las mesas y se giró, mirando a los presentes.

—¡Lamentamos mucho interrumpir así! Créannos, no solemos actuar de forma tan llamativa, pero no tenemos muchas opciones.

—¡Alguien llame a la policía! —reclamó una señora desde un balcón. Fue silenciada cuando una bala pasó cerca suyo, incrustándose en el pilar.

—Yo no haría eso, señora —dijo otro hombre, que había disparado—. Además, sabemos muy bien que el inútil de su inspector les dio el día libre.

—Con mucha suerte llegarían dos—. Volvió a hablar quien estaba en la mesa—. Y dos cadáveres en este fantástico lugar no se verían nada bien. Ahora... —Su arma sonó—. ¡Quiero que toda persona que no sea parte del elenco de este lugar se largue, a menos que quieran decorar las paredes de rojo! ¡Salgan, ya, ya, ya!

Muchas personas se precipitaron a la salida, sin dudarlo. Un hombre fue retenido por uno de los malhechores y una navaja fue colocada en su cuello. Tembló, balbuceando.

—No te hagas el listo, amigo. Con ese atuendo dudo mucho que sólo pasearas por la noche—. Lo empujó, lo vio caer al suelo y lo pateó—. Vuelve a hacer una estupidez, y no saldrás en dos piernas, ¿oíste?

Los hermanos observaban la escena sin creer lo que pasaba, miraron a Lucille, sus ojos destellaban miedo, pero mucha ira también, temblaba del coraje. Francoeur movió la cabeza de un lado hacia el otro y con suavidad la puso tras sí.

El segundo hombre miró hacia el escenario y se dio cuenta de las tres figuras que se encontraban ahí. Abrió con sorpresa los ojos.

—¿Crees que conozcan a esa... perra? —susurró, inclinándose ante su compañero de navaja.

—No venimos a este lugar por nada —respondió—. A esa infeliz le encantaría un sitio como este. —Miró hacia el frente y se dio cuenta de lo que se refería. Dieron una señal a su jefe, quien volvería el rostro hacia el escenario, con sorpresa, pero sonrió inmediatamente, bastante complacido. Se bajó de la mesa y caminó con paso seguro hacia el frente.

—Oye, tú. Big boy... —Se subió de un impulso a las tablas—. Dime, y espero que respondas rápido porque mucho tiempo no tengo y la paciencia no es mi mejor virtud. —Apuntó hacia la otra pulga—. ¿Ha visto a una mujer más baja que ella?

Francoeur vio con preocupación a su hermana. Ella bajaría la cabeza, sin apartarle la mirada. No debía alterarse, la bala no le haría daño. Él volvió a mirar al señor.

Aventuras Parisinas VOL.2Where stories live. Discover now