Capítulo 11: Aberración (1° Parte)

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"Decía que, en realidad, yo no tenía alma y que no me era accesible ni lo humano, ni uno solo de los principios morales que custodian el corazón de los hombres." 

 El extranjero – por Albert Camus

París, Francia, año 1912 a mediados de septiembre

Caos no podía hacer más que torturarse, pensar era lo único en que destinaba sus días. Habían desaparecido sus inquietudes hace mucho tiempo, ya podía vivir en paz y los hermanos lo visitaban más a menudo, como varias veces pidió.

Sin embargo, ahora no dormía tranquilo, la idea de que pudiese volver algún otro recuerdo le hacía estremecer, algo que resurgiese y que arruinase todo. Deseaba con todas sus fuerzas dejar el pasado atrás. Aunque eso era casi seguro si se hablaba sobre antes de la transformación, ¿pero que había hecho en este lugar? Francoeur lo perdonó, y pudo reencontrar su amistad en Lune. Incluso ahora tiene la confianza y comprensión de Lucille... ¿Y qué? Seguía sintiendo soledad en esa casa deteriorada, sin ninguna otra ocupación que el silencio... ¿Qué era lo mejor?

Sus meditaciones se vieron interrumpidas con el vaivén de sus palpos y el repicar de la puerta. Con un profundo suspiro abandonó su encorvada postura y saltó por el agujero del piso superior. Al abrir, se sorprendió de encontrar ahí a quienes tenía presente hace unos instantes, a todos ellos y eso lo pasmó aún más.

—¿Qué...? —Preguntar por la cantante habría sido descortés—. ¿Qué ocurre?

Francoeur se quitó el antifaz y estaba a punto de contestar a su interrogante, pero otra voz lo impidió.

—Creo que sería adecuado que me les una.

Los presentes miraron al techo de enfrente y se detuvieron en la silueta que contrastaba con los rayos de la mañana. Era Karl, quien, al ver los avisos en la calle, fue en busca de los insectos.

Francoeur enmudeció en el acto, las dudas volvían a él, pero no era al único.


Todos fueron invitados al hogar de la pulga, la cual se disculpó por el estado de esta, sobre todo con Lucille, quien no debía estar acostumbrada a un ambiente como ese.

—Gracias, pero no te preocupes, Caos. Eso no es lo importante.

El asunto fue desvelado al más alto, mientras se situaba en el suelo junto con sus pares en torno del sofá, donde se sentaron la pianista y la cantante.

—Por mí que muera —dijo con sequedad—, será un dolor de cabeza menos, para todos.

—No lo merece —respondió el vigilante—, no es correcto, pero por demás, nos pondrá en peligro. Si se aprueba la pena de muerte para Narbe, harán lo mismo con cualquier otra criatura que atrapen, haya cometido un crimen o no.

Francoeur pensaba. Esa horrible idea lo atormentó cuando apareció su hermana. Ahí se dio cuenta de que ella miraba con cierto aire de angustia al cristiano. Eso lo sorprendió, pero creyó que debía ser por lo que discutieron en algún momento, sobre los avistamientos cuando él estuvo ahí. Aunque no era el momento más oportuno para aclarar aquella confusión. Ahora la pesadilla de persecuciones y asesinatos se volvía aún más tangible. Finalmente se puso de pie, llamando la atención de todos los que se encontraban ante él.

—Debemos ir —dijo con una escalofriante seguridad—. Tenemos que ir a ese juicio a defendernos.


El inspector fue llamado a la casa de los cantantes, encontrando a su ahora sobrina y a las pulgas que había visto hace ya un tiempo. En cuanto escuchó lo que habían discutido, sintió el pecho pesado y un sudor frío recorrió su espalda, pero al ver aquellas miradas resueltas supo que no podría cambiar esa decisión.

Aventuras Parisinas VOL.2Where stories live. Discover now