Capítulo 12: Pesadillas (4° Parte)

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El ocaso cubrió con una anaranjada luz las aceras y el Sena deslumbró a los transeúntes que debían cruzar el puente Mirabeau.

De pronto se escuchó un barullo que les provocó escalofríos, dirigieron sus miradas hacia el suroeste y vieron como una avalancha de gente se precipitaba en dirección contraria, corriendo junto al Sena, algunos incluso se habían lanzado hacia este y nadaron lo más aprisa que le permitían sus brazos.

La refracción solar entintó sus hogares de carmín, el ruido tomó la forma de gritos desgarradores y una sombra oscura siguió los pasos de la estampida. Los pocos desafortunados que aún no podían lograr que sus piernas respondiesen, pudieron ver con horror a la criatura que se balanceaba de lado a lado, cuya sombra le pertenecía. Colosal, bípeda, con dos delgadas manos y un par de terribles tenazas. Marrón como el cedro y azul como los arándanos. Una pechera blanca enaltecía su figura y sus ojos parecían las cuencas de un cadáver.

Él notaba a los ciudadanos huir de él. Esos gritos los había escuchado antes, remecían su quietud, aunque trataba de que no le afectase. Aún sentía el sabor metálico en su boca, trató de escupirlo varias veces, pero no podía quitárselo. ¿Qué era lo que buscaba? Volvió a fijarse en esas presas que se alejaban de él, sintió un retorcijo en su cuerpo y sonrió. ¿Era una sonrisa? Negó, sacudiendo su cabeza con vigor y se arqueó. Tenía que respirar, debía calmarse, calmarse y seguir caminando. El sonido del río lo tranquilizaba, sí, y atenuaba esos espantosos aullidos.


La noche llegó, ya no había ningún ruido ensordecedor, solo escuchaba sus pesados pasos, arrastrando su cansado cuerpo. Para su suerte, ya no veía bosque y ya no veía a nadie, lo único que llamaba su atención era una alta estructura de metal, lo que más destacaba de ese desolado paisaje.

El movimiento en su antena lo obligó a detenerse, supo que algo se acercaba. Múltiples coches llegaron, policías bajaron de estos y se colocaron a una distancia prudente de la criatura. Guillame se adelantó, a paso lento, hasta detenerse frente a sus hombres. Se mantuvo firme, pero su apretada mandíbula flaqueó al verlo.

—Procedan —ordenó.

Seis policías alzaron una red y la tiraron sobre el animal. Vieron como trataba de zafarse de la malla, pero no sabía cómo, al menos no de la forma más apropiada. Mordisqueó las sogas, llegaba a romperlas, pero no era suficiente. Movió sus tenazas violentamente, pero nada funcionó.

Guillame asintió satisfecho. Indicó que fuese trasladado, pero ninguno de los seis pudo moverlo. Se unieron más hombres y tiraron con todas sus fuerzas.

Era inútil, la criatura era muy grande y demasiado pesada. El prefecto volvió a mirar al monstruo y trató de no doblegarse. No vio el miedo que esperaba, no, en sus ojos había desprecio, un repudio que hizo resaltar aún más las manchas que se posaban en su cuerpo. Caminó, un paso tras otro, arrastrando sin remedio a los oficiales, que no pudieron resistir a tal potencia. Habría sido más fácil retener a un coche, ¡no! Quizás a un camión. Tal vez no habría sido tan diferente, aunque no perdieron más tiempo en sus pensamientos e inmediatamente soltaron la red, cayendo al suelo adoquinado.

Quien comandaba tal operación, tomó firmemente su revolver en su bolsillo. Se percató de que el comisionado lo miraba, en él si vio lo que esperaba ver en el monstruo. Frunció los dientes y con resignación soltó su arma.

—¿Trajeron más redes?

—Sí, señor.

—Anclen las puntas a los coches, lo que sobre lo lanzan al monstruo, ¡ya!

Acataron la orden con la mayor rapidez posible. El evento tenía dos redes sobre él, apretando su cuerpo y sus sensibles antenas. Veía mucho menos que antes y se sacudió violentamente en respuesta. Lanzó un gruñido profundo cual fiera y dio un paso, para desgracia de aquellos hombres, desplazando a los coches.

Aventuras Parisinas VOL.2Where stories live. Discover now