彡🕯️EP. 11

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⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO ONCE ⊹

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⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO ONCE ⊹.˚
« fantasmas del pasado »

AL DÍA SIGUIENTE, el tercero de su estancia en Aubrey Hall, escribieron la carta a Anthony

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AL DÍA SIGUIENTE, el tercero de su estancia en Aubrey Hall, escribieron la carta a Anthony. Se pusieron a ello en la biblioteca, tras desayunar y recogerlo todo, y entre los dos informaron de dónde estaban y solicitaron su ayuda.

Suponían que sir Arian ya le habría contado todo —que ella era Hendrix y lo ocurrido en Brooks's—, pero de todos modos le hicieron un pequeño resumen. Eloise se sintió morir mientras escribía en líneas apretadas con su letra elegante y regular. ¿Cómo se lo tomaría Anthony? Menuda pregunta, bien que lo sabía. Su hermano podía ser muy amable, pero también era estricto. Estaba segura de que iba a enfadarse mucho por lo de la violación del santuario masculino que era Brooks's, por lo del disfraz de hombre y por lo de Hendrix.

Sobre todo, por lo de Hendrix. Pero daba igual, ya no había modo de ocultarlo. «Ay, Dios mío», pensó, encomendándose al destino, mientras ponía el nombre de su hermano en el sobre.

—¿Cómo dijo... dijiste que se llamaba el chico que trabaja de correo para tu hermano? —preguntó Andreas.

Ella sonrió.

Lo del tuteo era lo más atrevido que había osado hacer con un hombre, pero se encontró pensando que antes de separarse de Andreas Gysforth, lo habría besado. O después, daba lo mismo. Ya se verían por Londres. La cuestión era que lo haría.

—Todd —contestó—. Creo recordar que es el hijo del herrero, o quizá su ayudante, no sé... Anthony dice que se le dan bien los caballos, Además, es pequeño de constitución, ideal para poder alcanzar la máxima velocidad, y ha ganado todas las carreras locales.

—Estupendo. ¿Crees que le importará esperar a que tu hermano le pague? No esperaba tener que huir de semejante modo y llevo encima poco dinero. Creo que es mejor que lo guarde por si acaso.

—No creo que le importase, pero no será necesario. Anthony siempre tiene aquí una pequeña reserva de dinero. —Salió de la estancia, fue al despacho del vizconde, abrió el cajón secreto del escritorio y tomó unas cuantas libras. Regresó con Andreas y se las entregó—. Creo que esto será más que suficiente.

—Sin duda —afirmó él, guardándolas.

Fueron al pueblo dando un paseo en el que hablaron poco. Todo a su alrededor era demasiado bello, y ambos habían llegado ya a ese punto en el que se sentían cómodos el uno con el otro, sin necesidad alguna de llenar el silencio majestuoso del bosque. Ninguno de los dos lo mencionó en voz alta, pero estaban bien así, caminando sin ruido por el sendero que seguía el curso del río. El pueblo la llenó de sorpresa. En sus recuerdos, muy lejanos, se trataba de un lugar enorme y colorido, lleno de casas gigantes y de adultos gritones.

En realidad, sí que tenía mucho color, porque había flores por todos lados, pero era una aldea pequeñita y coqueta, con pocas cabañas arracimadas alrededor de una fuente, y otras tantas dispersas por las cercanías. La iglesia era muy humilde, solo un poco más grande que las otras construcciones, y contaba con una torre bajita en la que se veía una campana; seguro que la habían comprado entre todos los lugareños, y que se sentían muy orgullosos de ella. Los tejados eran a dos aguas, de paja oscura bien apelmazada, y las paredes de piedra gris de las casas estaban cubiertas de hiedra y flores, en su mayoría.

Eloise estaba encantada. Caminaba por la plaza, la única zona adoquinada, con la sensación de haber recibido un regalo inesperado. Era como si algo que le había pertenecido desde siempre, y a lo que no había concedido mayor interés, se hubiese vuelto repentinamente valioso. Tuvieron tanta suerte que hasta era día de mercado, por lo que había mucha animación, y decidieron tomarse un par de horas para explorarlo.

Comerciantes llegados de todos los pueblos de los alrededores y de granjas dispersas, según les dijeron, habían montado tenderetes con toda clase de artículos. Eran tantos que el mercado no solo abarcaba la plaza, sino que se extendía por las tres calles que formaban las casitas de la aldea.

Se podía comprar de todo, desde comida o animales, a adornos de madera o cobre, o pañuelos de calidad más que aceptable. Andreas vio uno de gasa, de un bonito tono celeste, muy suave, y se lo compró a Eloise.

—Es del color de tus ojos —farfulló con torpeza, al dárselo. Ella no dijo nada, demasiado emocionada también. Siguieron caminando en silencio hasta llegar a la fuente. Allí, en una tarima, había un grupo de músicos amenizando a un buen número de espectadores, y varios niños saltaban y bailaban por allí, al ritmo de una música a la vez horrenda y entrañable—. ¿Quieres bailar?

Ella lo miró con burla. —No sabes.
—Ja. Qué graciosa.

Eloise se echó a reír y hasta se permitió apoyarse ligeramente en el pecho de Andreas mientras veían divertirse a los niños. Sintió su mano, cuando se posó con suavidad en su cintura, en el modo que haría un marido cariñoso.

Feliz, feliz, feliz...

Por desgracia, no podía ser todo bueno.

Los ojos de Eloise se movieron casi por voluntad propia, como si sospecharan del peligro. Junto a la iglesia, contemplando con expresiones de ligero desdén el campanario sencillo y humilde, estaban lady Chastity y su hijo, el conde de Glassen.

Este último se había girado y se había quedado parado, mirando en su dirección.

Como si la hubiese visto.

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𝗥𝗢𝗟𝗘𝗦 𝗥𝗘𝗩𝗘𝗥𝗦𝗘𝗗 «eloise bridgerton» ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora