Capítulo 01

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Atenea Areloux.
Atenas, Grecia.

—He asesinado al heredero legítimo de la Bratva o mejor dicho...mi prometido. Oculté su cadáver donde ni el mismísimo infierno se atrevería a buscarlo. Ni rastro de él, ni del arma que le obligó a rogar por su vida, mientras su sangre y la mía convertían en rojo el blanco de mi vestido de boda.

Eso quería confesarles. Pero ni Meredith sabía que Nathaniel Petrova era el heredero de la mafia más grande del mundo, la Rusa. Y estoy segura que mi hermano tampoco lo sabía cuando me lo presentó. 

La mesa entera se había sumido en un silencio sepulcral. Mi padre, quien encabeza la cena, degusta su copa de vino mientras mira a mi hermano hablarle de su futura prometida, la princesa de Arabia Saudita. Lo cual es bastante complejo de entender teniendo en cuenta sus distintas religiones y culturas. Dudo mucho que el padre de esa princesa no espere algo a cambio por darle la mano de su hija a mi hermano, a mi nación.
A mi hermano le siguen saliendo corazones por la boca mientras le explica a su madre como los ojos de Ámbar le hacían justicia a su nombre.

Sin embargo, yo me mantenía callada mirandoles y esperando a que la cena fuese dada como acabada por mi padre. Solo quiero tomar el avión y llegar a Londres.

—Te duele la cabeza, hija? —pregunta mi madre dejando la copa en la mesa y echando hacia atrás la silla, con la clara intención de acercarse a ponerme la mano en la frente y ver si la fiebre era la causa de mi silencio.

Niego antes de que se levante y parece indecisa en si hacerme caso o preocuparse.

—Solo necesito dormir un poco antes de tener que partir al internado.

Ella asiente y vuelve a dejar caer su vestido sobre la silla.

—Me acompañaras a pedirle la mano, Ati? —le lanzó una mirada mordaz a Ethan y niego respondiendo, a su vez, a su pregunta.

—No soy buena en esas cosas.

—Iras —zanja mi padre sin darme discusión alguna como lo hace de normal.

Descendí la mirada hacia mi plato y aun cuando la razón me decía que me esperase a que mi padre fuese el primero en levantarse, eche la silla hacia atrás haciéndola chirriar contra la madera oscura del suelo y me disculpé antes de caminar apresuradamente hacia mi habitación.

Necesito irme ya.
Mis pensamientos luchaban por mantenerse ocultos entre las celdas de mi mente pero se me complica cada vez más el actuar como la princesa, como la viva imagen de la inocencia cuando la realidad es totalmente distinta. Mi alma grita por sangre, por luchar y por ordenar. Y mi padre no me lo hacía más ameno.
Le encanta llevarme la contraria desde que era una cría.

—Asegurate de que todos se hayan ido a sus habitaciones y avísame cuando el avión esté a veinte minutos de despegar y el jet haya llegado a palacio —le ordeno a Dionisio, el único guardia real que sabe acerca de mis dos vidas. Fuimos juntos al colegio, luego les pedí a sus padres que lo dejasen ir conmigo al internado y al final acabó en el palacio sirviendo a la corona.

Eramos buenos amigos, bastante buenos hasta que comenzó a comportarse como el resto de guardias. Sus palabras comenzaron siendo simples indirectas, luego fueron los halagos a mi mirada y después buscaba tiempo para colarse en mis planes y en mi vida.

Cuando me di cuenta de que necesitaba ayuda para poder escapar de Grecia sin ser percibida por la Casa Real, supe que podría aprovecharme de la "amabilidad" de Dionisio.

—A sus órdenes, princesa —hizo una pequeña reverencia y se dió la vuelta caminando hacia el pasillo de mis padres.

Hace dos años había conseguido con éxito salir de mi nación sin que mis padres ni la Casa Real sospechasen de mi paradero. Según el internado, yo pasaba mis días como una princesa más. Me instruyen en las clases de etiqueta, me enseñan las antiguas dinastías y me hacen saber sobre los conflictos que unen a toda la Unión Europea. Mientras tanto, vivo mi vida alejada de Grecia y sus proximidades.

Una Alianza Peligrosa I (Bilogía Alianzas) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora