Capítulo 16

7.4K 347 53
                                    

Atenea Areloux

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Atenea Areloux.
Atenas, Grecia.

—Estoy reclamándote como mi jodida esposa, Atenea Areloux. ¿Aceptas o te queda grande?

La situación se me hace surrealista.

Mientras que nuestro alrededor se cae a pedazos por el miedo y el descontrol que ha sembrado el hombre parado frente a mí, solo soy consciente de la impotencia que me crea sentir lo que siento. Tan lejos y tan cerca a la vez.

—¿Tienes idea de lo que me estás diciendo? ¿Tienes idea de cuan malditamente insano es lo que acabas de hacer? —le grito llegando a un punto de desesperación.

Nuestros cuerpos no dejan espacio alguno y mientras yo necesito levantar mi rostro para observarle al suyo, él necesita bajarlo.
Levanta la mano libre e intenta limpiarme las lágrimas pero rápidamente giro la cabeza hacia un lado y niego.

—Deja de llorar.

Su mano me agarra de la barbilla y con poca fuerza consigue volverme el rostro hacia él.

—Dispárame —pido—. Dispárame porque de ningún modo voy a aceptar casarme contigo.

—No necesito dispararte, Atenea. No cuando ya has demostrado que tu corazón me pertenece, luchando por un trono que no deseas y un hombre que no amas.

—¿Qué quieres de mi, Aarón? —cuestiono incapaz de moverme lejos de él—. ¿Qué buscas de mí?

—Déjame ayudarte.

—¿Como cuando prometiste hacerlo cuando el capitolio se derrumbó? Porque te recuerdo que fingiste no conocerme, tu tío tiene algo que ver con la muerte de mi hermano y tu lo encubriste, me mentiste descaradamente varias veces asegurándome que no conocías a nadie de Italia, me usaste para entrar a Grecia y aún encima vas y disparas a mi prometido, irrumpes en mi boda y juegas a esto.

—Siempre he intentado ayudar pero... ¿conoces esa sensación de cuando haces el bien frente a un público determinado y el mal frente a otro muy distinto? —su agarre en mi barbilla se hace cada vez más flojo y pudiendo retroceder, me quedo.

Conozco esa sensación. Es lo mismo que siento yo siendo princesa y ex-general.

—La conozco.

AaEsa es la sensación que me ha estado consumiendo, Atenea —confiesa, su voz es fría y distante, pero sus ojos arden con una intensidad que no puedo ignorar—. No estoy orgulloso de las decisiones que he tomado, pero cada una de ellas, por muy retorcida que parezca, ha sido totalmente pensada y analizada para proteger. Nunca he tenido intención de herir, de herirte.

—Lo has hecho —aseguro importándome poco que las lágrimas se deslizasen hasta mis labios—. Me has herido y manipulado.

El salón se ha ido vaciando de a poco a poco por lo que no me había preocupado por los guardias que yacían heridos en la entrada. Sin embargo, capto por el rabillo del ojo la sútil seña que mi padre, desde las gradas de la segunda planta, le ofrece a los guardias que acaban de llegar desde palacio.

Una Alianza Peligrosa I (Bilogía Alianzas) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora