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Atenea Areloux, una mujer de dos mundos, siempre ha mantenido un equilibrio delicado entre sus vidas paralelas. En la sombra, se transforma en la general de las Fuerzas Armadas de Londres bajo un alias, mient...
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Atenea Areloux. Londres, Gran Bretaña.
Nuestras miradas están perdidas en un deseo ardiente. Es algo que ya no podemos negar, algo que se nota incluso cuando el silencio es lo único que reina en el despacho. Mis dedos siguen ejerciendo presión en su sedoso pelo y me permito dejarme llevar y olvidarme de todos mis pensamientos.
—El animal que llevo dentro se está conteniendo bastante para no ponerte sobre ese escritorio y joderte de todas las formas posibles, καταστροφή μου.
Joder. Sus palabras me consumen de una manera inexplicable.
—Hazlo —pido con la mirada implícita en desafío.
Sus ojos se oscurecen mucho más.
—¿Has descubierto el significado de la palabra?
Sonrío ante su despiste y me acerco a sus labios, invitándole a que haga lo que ambos estamos deseando con todas nuestras fuerzas.
—Creo que te has olvidado de que soy griega —murmuro sobre sus labios—. Άσε με να γίνω η καταστροφή σου αυτή τη φορά, αγάπη.
Su mano se desliza hacia mi cuello y ejerce presión mientras me aprieta contra su cuerpo sin disimular la notable excitación que estaba surgiendo entre ambos.
—Vuelve a llamarme amor y te juro por dios Atenea, que lo que he hecho y haré hoy se va a quedar corto con lo que voy a hacerte el resto de tu vida.
—αγάπη —lo necesito.
No me da tiempo a reaccionar. Con su agarre en mi cuello, eleva mi rostro mucho más y se lanza a mis labios como un puto animal. El beso no es tranquilo, no es sencillo...no es como lo había imaginado. Me besa como si no quisiera dejarme ir. Es abrumador, incandescente y sobre todo, irascible y adicto.
Me voy contra él haciendo más presión en su nuca, buscando más fricción entre nosotros. Ninguno cede, y se me nubla la mente cuando desliza sus manos por mi abdomen y me agarra con fuerza de la cintura mientras sigue devorándome los labios y buscando el poder y el control. Me levanta en sus brazos y enrollo mis piernas alrededor de su cadera, sintiendo la fricción del roce, lo cual me hace cerrar los ojos y separarme de sus labios en busca de oxígeno. De regular mi respiración.
A ninguno le da por decir ni una sola palabra. Ninguno quiere joderlo porque sabemos que con tantas cosas que se nos vienen encima, con tantas sospechas y secretos...en otro momento sin debilidad de por medio, no habríamos hecho esto.
Al separarme, sus labios viajan a mi cuello y comienza a caminar conmigo en brazos hacia mi escritorio. Me sienta en el borde y cuando busco sus labios, él me los niega con una sonrisa gélida.
—Dime lo que deseas de mi —demanda ejerciendo fuerza en el agarre de mi cintura.
—Dime que deseas tu de mí, coronel —le juego la misma carta. Sus ojos brillan ante mi desafío. Se que le encanta que lo haga y yo jamás he sido una mujer que se adapte al resto. Conmigo se adaptan.