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Intenté persuadirme de que aquella interacción introspectiva no había alterado mi ser interior, pero mis acciones contradecían mi autoengaño. Me levantaba antes que el alba, entregándome al entrenamiento sin dilación. Por primera vez en mi vida, la preocupación por mi apariencia quedaba relegada a un segundo plano; solo el entrenamiento ocupaba mi mente y mi cuerpo.

Ascendí uno de los postes de entrenamiento, diseñados para desafiar incluso al más hábil escalador. Nunca antes me había aventurado a intentarlo, temerosa de dañar mi delicada manicura o de herir mis manos, cuya delicadeza había sido inculcada como atributo esencial para un futuro esposo.

Contemplé mis manos, pálidas y carentes de las marcas del esfuerzo físico. Sin darle más vueltas al pensamiento, me lancé a la tarea, solo para caer al suelo con un gemido de dolor. Al alzar la mirada, divisé la cima del poste, tan distante y aparentemente inalcanzable. "La belleza y la fuerza son incompatibles... La feminidad exige fragilidad", resonaban en mi mente las enseñanzas recibidas, tentándome a rendirme, normalmente las escucharía y me marcharía a aprovechar de dormir como todos los demás, pero por alguna razón no lo hice.

Persistí, una y otra vez, tropezando y cayendo, sumida en la frustración de mis intentos infructuosos. Reconocí, con pesar, que quizás el mundo tenía razón; tal vez, en verdad, era una mujer absurda al tratar de hacer el trabajo diseñado para otro tipo de personas. Sin embargo, me negué a aceptar la derrota. Mis manos se aferraban con desesperación al poste, utilizando cada gramo de fuerza para trepar, sin importar el dolor ni el agotamiento.

Y lo logré. Sí, lo conseguí (el asombro tan grande que apenas lo prosesa). Aunque nadie fuera testigo de mi triunfo silencioso, las lágrimas brotaron de mis ojos, testimoniando mi victoria personal, mi demostración de que soy capaz de más.

Solté un grito de felicidad mientras estaba sentada en la punta del poste, estaba tan cansada y feliz que ni miedo sentía ante a la altura del lugar, por primera vez sentí algo dentro mío, una victoria personal que me realmente me hizo sentirme mejor, conocerme a mi misma un poco mejor.

El semestre transcurrió entre arduos entrenamientos y horas dedicadas al estudio. Para alguien con mis limitaciones en matemáticas y afines, el esfuerzo resultaba insólito, casi inconcebible. Por primera vez en mi vida, aparté de mi mente los devaneos amorosos y las frivolidades de las fiestas. Sorprendentemente, Jo no comentó sobre mi cambio; al contrario, se sumergió en la misma vorágine de compromiso y dedicación.

De noble con aires de princesa, me transformé en una de las cadetes con mejor desempeño, un hecho que hasta a mí misma me sorprendía. Sin embargo, no abandoné mi cuidada apariencia ni mi elegante porte. Me convertí en una soldado, sí, pero una soldado de belleza incomparable. Una percepción inesperada comenzó a apoderarse de mí, una sensación de singularidad que me envolvía y me llenaba de un sentido de realización.

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Los meses avanzaron, casi sin darme cuenta, nos aproximábamos al final del primer año. Para mi orgullo, destacaba como la mejor de la promoción, aunque solo Erwin rivalizaba conmigo, gracias a su astucia estratégica.

Sin embargo, la calma se vio interrumpida cuando la Legión de Exploración requirió la presencia de cadetes para una misión de emergencia. Fui seleccionada junto con Erwin, Hange, Mike, Jo, Moblit y otros camaradas desconocidos. Era una misión suicida, un desafío para el cual no estábamos preparados, pero la urgencia era imperiosa y la vida de los cadetes parecía ser sacrificable.

Paraíso Oscuro {Levi y Tú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora