IV

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Eyeliet

Vamos de camino a la aldea en un silencio sepulcral. Naseria anda cabizbaja, quizás torturándose con sus propios pensamientos. Me pregunto por qué la madre de las Efyrias no la volvió a buscar, son recelosas con sus hijas a pesar de cometer ciertos actos, después de todo son familia, no obstante el destierro no es permanente. Me pregunto que pasará cuando mis padres me encuentren ¿Serán capaces de golpearme? No, seguro me encierran en una torre. Es poco probable teniendo en cuenta que me casaré pronto.

Suspiro resignada, lo que termina siendo un quejido.

—Señorita —Derian me examina —. ¿Se siente mal?

Eso capta la atención de los demás, Lerwin se acerca tocando mi frente sin permiso alguno.

—No parece tener fiebre ¿Es hambre? —dice.

Resoplo con molestia, todo lo asocia con el estómago.

—Si, tengo hambre —miento.

El rubio se agacha de espaldas.

—Suba a mi espalda, la llevaré hasta la aldea, no debe agotar sus fuerzas.

Quisiera rodar los ojos por este trato, en cambio sonrío de forma gentil subiendo a su ancha espalda.

—Que buena espalda tienes, Lerwin — susurro en su oído con coquetería para molestarlo.

Sus manos aprietan mis muslos, veo sus orejas ponerse rojas de la vergüenza. El hombre detiene su andar de forma abrupta.

—Derian, llévala tú, me estoy sintiendo mal.

El gemelo entrecierra los ojos sin creerse lo que dice su hermano, pero, acepta sin acotar. Riendo internamente ahora es Derian que me carga. Cuando pego mis pechos a su espalda se tensa como una cuerda. Lo escucho suspirar entrecortado.

—Hace mucho no me cargabas —le digo con la cabeza en su cuello. Mis manos se posan en sus hombros —. ¿Aún te da cosquillas esto?

Suelto una pequeña ráfaga de aire frío en el cuello del gemelo mayor. Su piel se vuelve de gallina y se agacha. Me río a carcajadas que se ven interrumpidas de forma violenta cuando él, toma impulso en sus piernas emprendiendo carrera.

Un pequeño grito de sorpresa me asalta. Lerwin y Naseria se ríen.

—¿Qué... crees que haces? —le digo apretando sus hombros —. Bájame.

—Acepte las consecuencias de sus actos.

—¿Qué quieres decir con eso...? —pataleo cuando subimos la colina para que me baje, se puede ver la aldea —. Derian.

El susodicho me deja en el suelo, a continuación me empuja colina abajo.

Escucho la voz de Lerwin gritarle mientras yo voy rodando y Naseria se precipita intentando agarrarme.

—¡Pero que hiciste! —exclama el menor.

—¡Señora! —Naseria se tropieza con sus propios pies y ambas rodamos colina abajo entre gritos.

Amortiguó el cuerpo de Naseria, que para ser ligero me termina por sacar el aire. La joven se apresura a comprobar mi estado.

—¿Se encuentra bien? —dice intentando sentarme —. ¿Cuantos dedos ve?

—Muchos—murmuro a punto de vomitar por haber dado tantas vueltas.

Los gemelos llegan discutiendo, me ayudan a levantar.

—¿Está bien? —Lerwin sacude mi ropa —. Por las sombras de Tahar, que susto.

—Se lo merecía —dice el malvado.

El romance de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora