Eyeliet
Los gruñidos, el entrechocar de espadas y las voces de varios hombres resuenan a través del carruaje. Ansío salir para ver lo que ocurre, pero la puerta está asegurada desde afuera.
—¡Maldito bastardo! —No llevo la cuenta de cuántos insultos nada dignos de una princesa he lanzado contra Zelleneres.
El guardia que custodia el carruaje permanece impasible, ignorando con desdén todos mis intentos de sobornarlo para que abra la puerta. De pronto, algo impacta con fuerza contra la estructura, haciendo que me tambalee en el asiento. Contengo un pequeño jadeo de sorpresa cuando, por la ventanilla, veo al hombre partido a la mitad.
—¿Qué demonios...? —Una mano descomunal golpea la ventana. Me quedo helada al encontrarme con una figura de piel verde, orejas puntiagudas, dientes afilados y ojos negros que me observan con una siniestra sonrisa.
—Mujer —gruñe, y segundos después lanza un feroz rugido, hundiendo sus garras en el carruaje, decidido a arrancarme de mi encierro.
"Eso es, rompe el carruaje"
Pero, de la nada, su cabeza sale volando, despedida lejos de su cuerpo. Aplano mis labios con disgusto. Entonces aparece su cabellera en mi campo de visión; me dedica una mirada entrecerrada y refuerza el hechizo.
—¡Ábreme la puerta, maldito desgraciado! ¡Hijo de..!
Otro impacto sacude el maldito carruaje, esta vez volcándolo. A mi alrededor, los guardias están luchando con los ogros de Zorvath, seres descomunales y grotescos, conocidos por cazar mujeres para engendrar a sus crías. Los ogros cazan en manada, lo que no augura nada bueno. Mi respiración se acelera al recordar que soy la única mujer en esta caravana; ahora entiendo perfectamente por qué han atacado el carruaje. Esos monstruos tienen un olfato increíble, y yo soy su objetivo.
De pronto, la puerta del carruaje se abre, y una mano se extiende hacia mí, invitándome a tomarla para ayudarme a salir. Apenas vacilo antes de aceptarla.
Fuera, Drystan me sostiene con firmeza, cogiéndome de la cintura y envolviéndome en su capa antes de alzarme en brazos. Su fuerza es evidente mientras me carga sin esfuerzo, saltando con agilidad fuera del campo de batalla.
—¿A dónde me llevas? —le espeto, mirando por encima de su hombro, donde sus guardias combaten con los ogros, enredados en una lucha feroz—. ¿Estás huyendo? No sabía que eras un cobarde.
Lanzo una risa burlona, dejando que el sarcasmo resuene en cada sílaba.
Drystan arquea una ceja, su expresión endureciéndose. No me responde, lo cual, lejos de tranquilizarme, hace que un leve escalofrío me recorra. Sin decir una palabra, sigue avanzando hasta llevarme a una zona apartada, un claro rodeado de árboles y salpicado de flores que ondean suavemente con la brisa.
Finalmente me deposita en el suelo con cautela, pero su agarre en mi rostro se vuelve amenazante, firme, como una advertencia inquebrantable.
—Quédate aquí. Si intentas escapar, la situación será mucho peor para ti —me advierte, su voz baja y llena de peligro—. No me provoques, princesa.
Nuestros ojos se cruzan, y no puedo ocultar el desprecio en los míos. Él sostiene mi mirada un segundo más antes de soltarme con brusquedad y girarse para marcharse, regresando al fragor de la batalla.
Me quedo en el claro, observando cómo se pierde en la distancia. Con los brazos cruzados, dejo que el viento despeine mis cabellos, y algunas flores caen alrededor de mí, como si la naturaleza quisiera tranquilizarme. Me siento en el suelo, extendiendo mis manos hacia las hierbas y pétalos que danzan a mi alrededor. El silencio en este rincón se siente casi irreal en comparación con el caos que he dejado atrás. Mientras espero, una extraña calma se apodera de mí. Es un momento fugaz de paz en medio de la tormenta, como si el propio claro quisiera ofrecerme un respiro.
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El romance de una princesa
FantasyLa poderosa princesa Eyeliet Lynxforge escapa de su reino en busca de una nueva aventura; con una alianza matrimonial a la vuelta de la esquina, decide viajar por todo el continente para luego entregarse a Drystan Zelleneres, un hombre sanguinario y...