IX

29 1 10
                                    

Eyeliet




—Son doscientos korsales —dice la señora con un tono latoso.

Quizás por mi vestimenta, ya que llevo una túnica nada favorecedora, junto con un velo que cubre mi cara a excepción de mis ojos, no porto joyas así que eso me hace ver sospechosa, puesto que Kolgän es un país demasiado colorido y extravagante. Incluso la comerciante está prendada de collares y gemas.

Los chicos me miran, en sus rostros se puede leer un signo de interrogación, tampoco entienden la moneda de este país.

—Aquí tiene cien kritzeles —se los extiendo, su rostro cambia radicalmente, abriéndole paso a la sorpresa.

La mujer literalmente me arrebata las monedas y las chequea con ahínco.

—¿Es dinero suficiente o necesita más? —pregunto, sacando más monedas de mi bolso.

Le estoy comprando hierbas y remedios medicinales a petición de mis caballeros, porque si salen heridos yo no tendría que usar mi magia curativa, cuando sencillamente con unas plantas o pociones pueden sanar.

Claro, si son lesiones leves.

—Cincuenta más señorita.

Cuando estoy a punto de darle las monedas alguien sujeta mi mano.

—Vieja, no estafes a los extranjeros —su voz tiene un ligero acento que me es familiar, aunque no logro descifrarlo.

La señora se asusta y me regresa sesenta kritzeles.

Levanto la ceja con aparente molestia.

—Perdóneme señorita —la mujer se inclina hacia adelante, en una larga reverencia.

La ignoro, fijando mi atención en el hombre que está a mi lado.

—¿Usted quién es? —por debajo del velo, le regalo una mirada inquisitiva.

Es un hombre alto, musculoso y bien parecido, de ojos azul cielo, con una melena larga pelirroja. En los brazos lleva símbolos en forma de llama, hechos con tinta poco duradera que favorecen la apariencia. Su vestimenta es de un hombre noble, además que su postura denota elegancia.

—¿Eso es importante? —responde, con rostro serio.

—Le agradezco su intervención —hago un mínimo asentimiento de cabeza.

Sus mejillas se estiran; reluciendo los colmillos en una sonrisa sardónica.

—No hay de que —lo dice lentamente, con un tono juguetón.

Quisiera entornar los ojos, me detengo para no lucir descortés. Los gemelos se colocan detrás de mi, sus manos están cargando las bolsas de hierbas.

—¿Nos vamos, señorita? — Derian se coloca a mi lado, inclinándose un poco.

—Si.

Me alejo de aquel extraño hombre, escucho su voz luego de varios pasos.

—Ashven —sonríe nuevamente, como alguien que esconde algo.

Sigo mi camino. Alzó la vista al cielo, está haciendo demasiado calor, es presagio de lluvia. Los kolgianos están vestidos con prendas que no dejan mucho a la imaginación, colores llamativos como el rojo, amarillo y verde son los más predominantes. Hace unos minutos las calles no estaban muy concurridas, pero repentinamente se han manifestado muchas personas. Los gemelos van enfrente de mi, abriéndome paso. De momento alguien choca mi hombro con mucha fuerza y la pequeña bolsa de hierbas que sujetaba se cae al suelo. Con cuidado de que no la pisen me agacho a tomarlas. Los murmullos se convierten en gritos, la gente empieza a correr. Levanto la vista buscando a los gemelos; con todo este alboroto es imposible verlos. Vuelvo a recibir otro empujón. Me dan ganas de conjurar un escudo mágico, pero no sería prudente. Muerdo mis labios indignada, los gritos se vuelven en algo insoportable, escucho que dicen tormenta, arena, lluvia, mal presagio. Comprendo que se aproxima una tormenta de arena, lo que no entiendo es porque tanto alboroto si los kolgianos son gigantes que controlan dicho elemento. Una mujer me termina empujando por la espalda, alzo mi mano y extiendo los dedos dejando fluir una descarga de energía, con solo rozarla se morirá.

El romance de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora