VII

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Eyeliet

La conversación con el rey de Kolgän es algo tensa. Me escucha sin interrupciones, de vez en cuando su rostro cambia levemente a expresiones duras. Voy contando las cosas que vi en la aldea Orzan, la estafa del conde Morsimius y su complot con aquel bandido. El rey se encuentra más que indignado; me puedo dar cuenta de ello por sus ligeros, pero fuertes golpes a los bordes del trono con cada palabra pronunciada.

Termino de contar todo y la sala se suma en un silencio inquietante. Konael Galyonthar no aparta su mirada de mi, distingo retazos de orgullo e incluso una leve sonrisa.

—No tomé represalias por mi posición como princesa; era mi deber reportar esto para que usted, majestad, tome la última palabra.

—Princesa Lynxforge, estoy gratamente sorprendido por lo que me cuenta, Orzan es una extensión de mi reino que creí haber dejado en buenas manos, el daño ocasionado al pueblo ya está hecho, sin embargo se puede remediar gracias a usted por descubrir esta infamia —el rey se levanta del trono y camina hasta mi con parsimonia —. Su descaro al venir a mi reino sin invitación, causando un alboroto en el jardín con mi hijo, me hace creer que sus intenciones aquí no son del todo honestas.

Empieza a girar a mi alrededor como un león hambriento.

—No trae pruebas que acusen al conde Morsimius.

Abro la boca para replicar.

—Silencio —su postura cambia a una de total peligro.

Si hablo o me muevo estaré provocando mi asesinato, según.

Una sonrisa se extiende por mi cara con antelación. Mi corazón esta latiendo un poco más lento de lo habitual, siento cada terminación nerviosa quemar mi cuerpo y una desagradable comezón me ataca desde la nuca.

Es un choque de poder.

—Pero, su mera presencia en este lugar, la manera de entrar a la sala, su forma de contar los hechos y sabiendo el riesgo que corre en mi reino, me dejan en claro que no tomaría tales sacrificios para contar una mentira —el rey se detiene frente a mi, agacha su cuerpo hasta la altura de mi rostro —. Usted tiene mi respeto.

—Gracias, majestad —hago un ligero asentimiento con la cabeza sin ocultar mi sonrisa.

—Será una invitada de honor el tiempo que pase en mi hogar, evite causar más estragos y disculpe a mi hijo —me regala una sonrisa de boca cerrada —. Se vuelve temperamental al ver una joven hermosa.

Enarcó una ceja con disgusto.

¿Por cuál de los dos se disculpa?

El rey suelta una carcajada que retumba en las paredes del castillo.

—Le concedo el derecho a una petición señorita, cumpliré cualquier deseo como pago por su información.

—Se la dire en el momento adecuado —lo miro fijamente sin pestañear —. No obstante si me lo permite quisiera algo de discreción con respecto a mi estadía en este lugar.

—Muy bien princesa —dice el rey con una sonrisa siniestra —. Tengo curiosidad de saber porque decidiste escapar de tu palacio, con solo unas semanas de tu boda con el príncipe de Lerkayaz.

Me tenso como la cuerda de un laúd.

El rey nota mi semblante enfurecido y sonríe más amplio.

—Espero esta noche me lo cuentes en el banquete.

Se va alejando con grandes zancadas.

—¿Qué hará con el conde? —pregunto sin más.

El rey me regala una mirada por encima del hombro.

El romance de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora