XI

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Eyeliet


Una gota de agua cae en mi rostro. Abro lentamente los ojos acostumbrándome a la oscuridad de la cueva. Ya se acabo el aceite de las lamparas, será difícil volverlas a encender, la chimenea improvisada también está apagada, había gastado las últimas cerillas hace unas horas. Mi cuerpo se siente malditamente frío, no tengo la capacidad de producir calor cuando estoy dormida, por esa razón siempre duermo bastante cobijada o en otros casos, acurrucada contra Eirian. A pesar de que tengo su capa y mi ropa debajo, no es suficiente. Me retuerzo en la cama, mis músculos están rígidos por el frío.

Entrecierro los ojos pensando que hacer.

La cueva me esta rechazando de forma natural, cree que soy un peligro e intenta matarme para restablecer su balance. A cada minuto siento una pequeña ráfaga de aire que me eriza los pelos. Quedarme aquí es una tortura, para otras personas una muerte lenta. Me reclino en la cama, froto mis brazos y piernas para generar calor. Ashven no tiene sabanas en esta cueva, solo un colchón duro bajo un soporte de madera. Suelto un bufido de fastidio. Intento comunicarme con Eirian, sin embargo mis intentos son fallidos. Decido caminar por la cueva, procedo hasta llegar al manantial e inmediatamente mi vista se detiene en aquella salida que está en el techo de la cueva, cubierta de maleza y moho. Tengo que salir por ahí, no puedo hacerlo por la entrada principal; todo está cubierto de arena me percaté al ver como se filtraba por unos pequeños huecos. Saco mis dagas, rompo parte de la capa envolviendo mis manos, ingreso al agua y nado hasta el otro extremo. Me sorprende encontrarla tibia, es todo un reto escalar con el cuerpo mojado, no obstante empiezo a hacerlo con cuidado de no resbalarme. Clavó bien las dagas y me impulsó con los brazos, tensando las piernas lo más cerca de la pared. Lentamente voy subiendo y logro salir. Mi cabello se enreda con el viento. La arena entra en mis ojos y boca. Con la capa me cubro la cara y desciendo cuidadosamente, la tormenta de arena está en su máximo apogeo y debo apresurarme antes de que una ráfaga me azote. Según las palabras de Ashven en unas horas esta tormenta se va a detener y vendrán aquellos insectos repugnantes.

Fuera de la cueva todo se siente cálido, a pesar de la ventisca fuerte y la arena que se me pega al cuerpo por culpa de la ropa mojada.

—Eirian —lo llamo obteniendo silencio —. Solo transpórtame a la ciudad.

Nada. Absolutamente nada.

Extiendo los brazos, conjuro palabras dispersas que van formando una oración, una orden.

Antefhekš limeriän vun reięm(detente en nombre de tu reina) repito varias veces.

Se desata un viento más fuerte que antes, las nubes en el cielo se dispersan dejando entre ver un cielo lleno de estrellas y la luna como faro. La arena rápidamente se aplaca, la tormenta se detiene. Todo queda en una completa calma.

Al instante mi mente me alerta de la presencia de tres personas a mis espaldas.

Error, son cuatro.

Me giro lentamente lista para luchar.

—Mm, interesante.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, una sensación de pesadez y máxima alerta recorre cada entraña de mi ser. Ante mi se encuentra un hombre, de ojos morados, afilados, terribles. Cabello largo, sedoso como el de las ninfas, alto, demasiado alto. Incluso está un poco reclinado hacia mi y sigue siendo alto. Sonríe. Pero no es una sonrisa gentil, es la cosa más siniestra que he visto en mi vida, su belleza es comparable con la de un ángel del mal, su rostro hecho por el mejor diablo para cautivar. Su cuerpo es grande, fuerte y desprende un olor, un calor que aturde todos mis sentidos. Es como recibir un puñetazo en la cara que prontamente te dejará fuera de juego. Su aura es peligrosa, demasiado.

El romance de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora