V

16 4 3
                                    

Eyeliet


Siento las ansias extenderse por cada una de mis extremidades, estoy inquieta, quiero llegar cuanto antes a Kolgän. Mi estadía en la aldea Orzan se había extendido demasiado. Neytan corre a toda prisa y los caballeros intentan igualar su galope, pero se les hace imposible. Continúo en la delantera, llevándome por esto uno que otro regaño de mi caballero mayor.

—¡No se adelante mucho, princesa! —exclama Lerwin, junto con su hermano.

Entorno los ojos.

Luego de que Naseria despertó, se le vio radiante; parecía una dulce tartamora, de esas que suele preparar Nimala, la cocinera del castillo. La chica no parecía tener signos de tristeza ni de recordar las cosas trágicas que le sucedieron. Cuando decidí marcharme, la vi bajo un completo dilema: venir conmigo o quedarse en la aldea, con su nueva familia. Por ningún lado le vi interés en regresar al bosque de las Efyrias, cosa que me intrigó. Sin embargo, no pregunté, más bien le dije que se quedara, puesto que mi travesía por estas tierras estaría cargada de peligros inminentes y, aunque sus poderes son buenos, por supuesto, lamentablemente no serían muy útiles en batallas rápidas. Así que le hice una promesa de que nos volveríamos a ver, porque después de todo, ella había hecho un juramento de lealtad.

Después de salir de mis pensamientos, me percato de que hace rato no veo a los gemelos.

—Neytan, me van a regañar por tu culpa —le doy una ligera palmada en su lomo.

Mi amigo caballo relincha de inmediato, con disgusto, y puedo jurar que se está quejando de lo lento que son los caballos de los gemelos.

—Ya, no te quejes tanto —lo acaricio—. Vamos a esperarlos en la sombra.

Salimos de Orzan en la madrugada. Y ahora, después de que el sol de amatola brillara de manera ardiente, el ocaso le abría paso a una noche fría. Una señal de mal presagio.

El camino es empinado pero repleto de árboles, aún nos faltan unas cuantas colinas para entrar en el territorio de los gigantes. El graznido de un cuervo llama considerablemente mi atención. Ver uno a estas horas confirma mis sospechas. Alzó el brazo para que se pose en mi hombro, sus plumas van entre el negro y el rojo. Es extraño ver un cuervo con esta apariencia.

—Qué lindo eres, supongo que me estás diciendo algo—murmuro.

Con mi índice acaricio su cabecita, y el cuervo se frota. Sonrió. No obstante, se va volando por el este. Tengo el presentimiento de que lo debo seguir, así que, aprovechando que los gemelos vienen bajando, sujeto las riendas de Neytan y vocifero:

—¡Sigamos al cuervo, rápido!

Conforme galopamos sin cesar, la noche se abre paso, caprichosa. El sudor perla mi frente, y el lomo de Neytan está igual de sudoroso. Tal vez pareciera que le estoy exigiendo mucho, pero él fue entrenado para esto, conozco su capacidad.

Mis deseos de dormir a la intemperie son nulos, pero la necesidad no se puede evitar.

—¡Princesa! —la voz de Derian me hace frenar.

—¿Qué sucede? —pregunto.

—Nuestros caballos no pueden más, debemos detenernos. Ya cayó la noche, avanzar nos pondría en un blanco fácil.

—Quedarnos quietos también —replico. Observó los alrededores con cautela, pensando en todas mis posibilidades, al final digo—. Bien. Acampemos aquí.

Debatir con los gemelos es caso perdido. Todavía tengo sus palabras grabadas del día en que me estaba escapando del reino.

—Nos vamos con usted, o en este momento la llevamos ante el rey.

El romance de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora