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En una fría mañana de invierno, cuando la nieve cae suavemente del cielo como plumas blancas, cubriendo las hojas verde oscuro de los árboles, en el suelo emergió un pequeño ratón marrón, emocionado por salir de su madriguera; su nariz temblaba al detectar el débil olor a comida.

.-¡Ja! Mamá estará feliz, porque le traeré la mejor comida de todos
–el pequeño dijo con gran emoción–.

Con movimientos rápidos y sigilosos, el ratón se deslizaba entre los arbustos y troncos caídos en busca de un alimento, hasta que encontró lo que podría cumplir su objetivo: un arbusto lleno de moras.

.-¡Sí, ahí estás! –se acercó para agarrar unos cuantos–.

Pero antes de cumplir ese objetivo, un búho se lanzó desde su percha con un silencio mortal, sus poderosas garras extendidas hacia el ratón desprevenido. Con un aleteo rápido y preciso, el búho atrapó al ratón en el aire, envolviéndolo en sus afiladas garras.

El ratón apenas tuvo tiempo de emitir un débil chillido antes de que el búho lo agarrara. Allí estaba el búho, que había capturado a su presa con sus garras afiladas. Lo empezó a despedazar con su pico y se lo tragó entero. Solo volteó su cara en busca de otra presa; él se quedó viendo el suelo en busca de algo más para comer. Solo tuvo suerte con esta pequeña presa; solo debía esperar un poco más para algo más grande.

Allí estaba, posando en el árbol. Gracias a su plumaje, lo ocultaba; nadie podía notarlo. Él podía quedarse todo el tiempo esperando su nuevo alimento, pero con suerte surgió otro ser proveniente del suelo helado del bosque: un topo. Era casi improbable que pudiera ser ese ser. El topo tenía un pelaje gris esponjoso cubriendo sus ojos; era poco común que saliera a la superficie. Todos saben que son subterráneos, les gusta estar en la tierra comiendo lombrices e insectos. No importa por qué salió del suelo y en temporada de invierno; no iba a desperdiciar esa oportunidad de comer un topo.

Nuevamente se preparó; esta vez tenía que ser rápido. Extendió sus alas, se encorvó y dio el salto. Ahí estaba, a centímetros de agarrar su presa, pero algo lo detuvo. Antes de agarrar al topo, sintió que alguien lo tackleó. Antes de tocar el suelo, él dio todo para apartarlo. Luchó por defenderse, batiendo sus alas y emitiendo graznidos alarmados, espantando al pobre topo que regresó a su hogar. Pero no funcionó; el atacante lo agarró con su mandíbula una de sus alas y no lo soltó. El dolor no tardó; su ala masticada era la izquierda, y no paró. Sintió una sacudida y fue lanzado hacia un árbol cercano.

Desorientado, adolorido y enojado, intentó irse, pero el atacante evitó su escapada presionando su abdomen con fuerza. Allí estaban, mirándose fijamente, el búho y el tejón. Los dos guardaron silencio; la competencia de miradas fue interrumpida por el tejón.

.-Hola, vieja y repugnante ave... perdón por interrumpir tu almuerzo  –aún presionando al ave para que no se moviera– no soy mucho de comer aves, pero esta será una excepción... tal vez no, tal vez sí... Solo tú decides... ¿Dónde está? –se quedó viendo al búho en busca de su respuesta–.

.-¿Quién? –sin mostrar temor, dio una pregunta en vez de una respuesta–.

.-Oh, tú ya sabes... la maldita que me humilló... la zorra –dijo con veneno lo último– sabes una de este alto, y de color rojizo, con esa cicatriz en su ojo... tu amiga –dio una explicación vaga pero con un tono bromista–.

.-Ah, ella... no es mi amiga... solo era un fastidio... si piensas que yo sé dónde está te equivocas... yo no sé dónde está ese fastidio –se oía adolorido por la presión que recibía y el dolor de su ala no ayudaba–.

.-... Mmm... ¿por qué mientes? –aplicó más presión– por qué me mientes... –se acercó un poco más– solo lo diré una vez más... ¿Dónde está esa maldita?... eh... sé que pasas tiempo con ella... y con sus crías –vio que eso alteró un poco al búho– vamos... no me digas que te encariñaste de esa zorra... ¿ella en serio vale tu vida?.

Enduring ColdnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora