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Con la presencia de los primeros rayos de luz anunciando un nuevo día, nos muestra cómo el amanecer pinta de tonos dorados el paisaje de verde y blanco. Pero lo más importante es que los rayos dorados se filtraron por la ventana de una cabaña; la ventana por donde entraron era de una habitación. Estos cubrieron a alguien durmiendo plácidamente en una cama grande y robusta, cubierta con mantas de lana gruesa y edredones pesados. Con esas mantas, el dueño del hogar estaba envuelto en ellas, solo emitiendo sonoros ronquidos. La tranquilidad de su sueño fue interrumpida por el sonido generado por una alarma. Su reloj era el causante; este estaba anunciando en una mesita de noche de madera maciza al lado de su cama que era el momento de levantarse.

Una mano salió de las mantas y empezó a golpear diferentes zonas de la mesita pero fallando por poco al reloj. El acto siguió hasta que él reveló un poco su rostro para ver mejor. Con enojo, dio un golpe de puño cerrado a su reloj ya callando su ruido. Ya hecho la acción, solo se dispuso a dar un suspiro. Con cansancio, él destapó todo su cuerpo, dio una media vuelta en su cama terminando boca arriba viendo el techo de su hogar. Estaba cansado, pero debía levantarse. Con fastidio, él se sentó, tallando su cansado rostro se levantó dejando a su vieja amiga la cama. Ya parado hizo el acto de tronar su espalda, y dio una media vuelta topándose con su espejo de cuerpo completo, revelando su apariencia.

Era un señor de por lo menos entre 50 a 60 años. Este tenía una altura aproximadamente de 1.90 m y mantenía un cuerpo musculoso, con una constitución robusta. Su rostro estaba adornado por una barba espesa y canosa conectado aún cabello corto y grisáceo, con mechones desordenados. Lo más llamativo eran sus ojos, de un azul profundo, pero estos estaban rodeados por ojeras. Bueno, él ignoró el espejo y salió de su cuarto para ir por su almuerzo. Café mañanero y pan duro. Él bajó las escaleras de su hogar mostrando fotos suyas y de paisajes del bosque. Llegando a la sala, primero prendió su chimenea para calentar el ambiente, y llegó a su cocina. Mientras comía, él se quedó viendo hacia la pared divagando.

Él estaba estresado. Pensaba que, después de años, volver a vivir en el bosque sería relajante, pero no resultó así. Primero, cazadores furtivos casi matan a dos ciervos; afortunadamente, pudo salvarlos. Cargarlos hasta su casa no era un problema para él, pero tratar con ellos sí lo era. Le costó recursos y, lo peor, hace días se dio la tarea de buscar y neutralizar un lobo que ha empezado a matar unos cuantos ciervos. La mayoría eran hembras y se estaba acercando al pueblo. No era seguro; debía encargarse de él, pero siempre se escapaba en el último instante. Estaba frustrado con esta situación.

Para poder despejar su mente, quería pescar. Al menos encontraría unos momentos de paz mental ante su situación actual. Pero para prevenir un problema, se llevaría uno de sus rifles: un híbrido entre un Remington 760 y un Browning Auto-5 con partes de madera en la culata y el guardamanos. Era una herencia familiar, pero no le gustaba cazar, así que no la utilizaba tan seguido. Pero en algunos momentos de su vida, debía utilizarla, como en este caso que era necesario.

Así que se alistó, él se puso su ropa abrigada una abrigo grueso y acolchado, de un tono terroso que se fusiona con los colores del bosque. Debajo del abrigo, vestía una camisa de lana gruesa y resistente, junto con pantalones del mismo material que le ofrecen protección contra el viento y la nieve. Sus botas eran altas y resistentes, diseñadas para mantener sus pies secos y calientes incluso en las condiciones más adversas. Ya vestido, se dispuso a salir de su hogar dejando la chimenea prendida para calentar su hogar. Solo se trajo su caña de pesca en una mano y una caja de anzuelos con una pequeña porción de carnada en la otra. Su rifle reposaba en su hombro derecho, y portaba una pequeña bolsa. Esta contenía su vieja cámara de rollo. Era anticuada, pero a él le gustaban las cosas de su niñez. No era un fotógrafo experto, pero le gustaba tomarse fotos en el bosque y de los animales. Más cuando eran animales nocturnos, como las aves. Si podía encontrar una, no desperdiciaría el momento. Como aquel búho que interactuaba con una familia de zorros: tres crías y su madre. Le extrañó esa interacción; parecía que hablaban entre sí como si fueran humanos. No le dio importancia y se retiró para no molestar. Se dio cuenta de cómo reaccionó la madre y prefirió no incomodar.

Enduring ColdnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora