Secreto 1: Los viernes por la tarde

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Después de estar en la biblioteca leyendo y terminando los deberes del fin de semana, y también la imposición extra que tenía de Zack e Ismael, el reloj marcaba las cinco menos cuarto de la tarde.

Sebastián guardó sus cosas en su maltratada mochila y caminó paciente y parsimoniosamente como si de un ritual se tratase hacia el baño. Una vez hechas sus necesidades, se limpió las manos a conciencia sobre la pica.

Su cuerpo tuvo una reacción automática de estremecerse en el momento en el que la puerta se abrió. Aquella reacción generada automáticamente era producto de años de trauma. Un acontecimiento tan repetitivo y que era tan doloroso como su recuerdo. Desde los doce hasta sus dieciséis actuales era un tormento aprensivo que había aprendido a reaccionar, un sentimiento que había aprendido a reflejar en su rostro voluntariamente, incluso cuando estaba en la seguridad de su propia casa. Su corazón se aceleraba con punzadas temerosas, y sabía que no tenía escapatoria, era como una gacela acorralada. No había ninguna otra puerta por la que correr.

Por lo que se rendía ante sus instintos naturales y solo lanzaba esa satisfactoria mirada llena de pavor morboso que tanto les gustaba y llenaba de satisfacción a sus vulgares acosadores para que todo fuera lo más rápido posible y que las heridas pudieran empezar a cicatrizar.

Esa reacción se calmó de inmediato cuando la puerta se cerró pacíficamente, el sonido fue amortiguado por la lentitud del proceso, como si quisiera guardar un secreto al cerrar la puerta de esa manera. No quería llamar la atención. Una expresión cansada por el partido de fútbol y cabellos húmedos por la ducha, todavía había manchas de humedad en la zona del torso, las axilas, el abdomen, su ropa tenía transparencias parciales por el agua, y aunque no era un cuerpo fornido, sí era esbelto. Sus manos de marfil sujetaban dos mochilas, que las colocó y casi podría decir que abandonó al pie de la puerta, obstruyendo la entrada con el cerrojo y las mochilas. Sebastián observó cómo se quedaban encerrados en completa pasividad, pero ya no sentía miedo, sino más bien... Ansía.

- ¿Te ves con el derecho de llamar hipócrita y cobarde a César después de hac-?- alzó las dos cejas al mismo tiempo.

Sus labios fueron ocupados en una interrupción que le quitó todo el aire. Cerró los ojos, correspondiendo con firmeza, pero no buscando autoridad o imposición. Rodeó sus brazos en torno a su cuello, reposándolos en sus hombros cómodamente mientras retrocedía hasta que sus lumbares rozaron la pica del baño. Su lengua tuvo el atrevimiento de querer jugar, pero no lo permitió, el recordatorio de que su labios seguía herido y abierto se lo impidió.

- Mejor cierra la boca.- su voz extasiada por el peligro y la situación dibujaron una sonrisa en sus labios.

- ¿Eres consciente de que eso te deja sin besos con lengua?- picó de manera juguetona, delineando sus labios con su lengua rosada, provocando que se le atrapara en otro beso, mordiendo su labio inferior para adentrarse en terreno peligroso.- ¡El labio! ¡Nacho!- gritó empujándolo con las dos manos en el pecho ajeno.

Nacho tomó una distancia relativamente corta, lo suficiente para que Sebastián se llevase una mano al labio, un solo dedo para palpar el límite de la herida su comisura, torciendo su labio con algo de molestia, su herida seguía presente y parecía estar inflamándose por la mordida. Sus manos seguían posesivamente rodeando su cuerpo en un sentimiento de permanencia personal, o tal vez una cercanía tierna. Una mirada desafiante y fiera se clavó sobre aquellos ojos árticos inigualables y contradictoriamente cálidos.

- ¿No te vas a disculpar?- recriminó con el ceño fruncido.

- Espero a que quites tu mano para volver a besarte.

- ¡Eso no es una disculpa!- se quejó dándole un golpe en el pecho, apenas fue dolorosa a pesar de que fue sonora.- ¿Te hizo daño César?

- No.- negó con la cabeza.

71.- En el baño (Bad Ending / Gay romance)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora