Chapter XVI

1.5K 183 13
                                    

3/3

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


3/3

Cuando retiraron los platos, la caracola sonó y todos nos pusimos en pie.

Los campistas gritaron y vitorearon cuando Annabeth y dos de sus hermanos entraron en el pabellón portando un estandarte de seda. Medía unos tres metros de largo, era de un gris reluciente y tenía pintada una lechuza encima de un olivo. Por el lado contrario del pabellón, Clarisse y sus colegas
entraron con otro estandarte, de tamaño idéntico pero rojo fuego, pintado con una lanza ensangrentada
y una cabeza de jabalí.

Me volví hacia Luke y le grité por encima del bullicio:

—¿Esas son las banderas?
—Sí.

—¿Ares y Atenea dirigen siempre los equipos?

—No siempre —repuso—, pero sí a menudo.

—Así que si otra cabaña captura una, ¿qué hacéis? ¿Repintáis la bandera?
Sonrió.

—Ya lo verás. Primero tenemos que conseguir una.

—¿De qué lado estamos?

Me lanzó una mirada ladina, como si supiera algo que yo ignoraba. La cicatriz en su rostro le hacía
parecer casi malo a la luz de las antorchas.

—Nos hemos aliado temporalmente con Atenea. Esta noche vamos por la bandera de Ares. Y tú vas a ayudarnos.

Nerea hizo mala cara ocasionando que Annabeth viera avergonzada a nerea aveces se pregunta como nerea seguía siendo su amiga después de todo

Se anunciaron los equipos. Atenea se había aliado con Apolo y Hermes, las dos cabañas más grandes; al parecer, a cambio de algunos privilegios: horarios en la ducha y en las tareas, las mejores horas para actividades.

Ares se había aliado con todos los demás: Dioniso, Deméter, Afrodita y Hefesto. Por lo visto, dos
chicos de Dioniso eran bastante buenos atletas. Los de Deméter poseían grandes habilidades con la
naturaleza y las actividades al aire libre, pero no eran muy agresivos. Los hijos e hijas de Afrodita no
me preocupaban demasiado; prácticamente evitaban cualquier actividad, miraban sus reflejos en el lago, se peinaban y cotilleaban. Por su parte, los únicos cuatro niños de Hefesto no eran guapos, pero sí grandes y corpulentos debido a su trabajo en la herrería todo el día. Podrían ser un problema. Eso dejaba, por supuesto, a la cabañde Ares: una docena de los chavales más grandes, feos y marrulleros
de Long Island, y de cualquier otro lugar del planeta.

Quirón coceó el mármol del suelo.

—¡Héroes! —anunció—. Conocéis las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten
todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos
guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armaos!

NAZ-[PJO]-wtmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora