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Capítulo 9:
"Las miradas dicen más que las palabras"

Nota mental:
No seas el mal tercio de tu amiga.

Austin no respondía mis mensajes desde aquella noche

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Austin no respondía mis mensajes desde aquella noche.

Y de algún modo me desesperaba.

H: Escucha, entiendo perfectamente que no quieras hablar conmigo y estás en todo tu derecho. No puedes enojarte conmigo todo este tiempo así que aquí estaré cuando quieras volver a ser mi amigo.

Visto.

H: Por favor Austin, no quise decir aquello de ese modo.

Visto.

H: Perdóname.

Entregado.

–Cariño, ¿estas bien? –escucho la voz de mi madre. Apenas había levantado la vista de su laptop, donde tecleaba intensamente.

–Si –dije casi en un suspiro.

–¿Por qué no sales con Laura y Rachel?

Me abstuve a volver a suspirar. Disfrutaba la compañía de mis amigas, pero en este momento no eran las personas a las cuales quisiera ver, solo podía pensar en aquel chico de ojos verde oliva y de cómo había sido demasiado idiota con él.

Miré de nuevo mi teléfono con la pequeña esperanza de tener un mensaje suyo. Nada.

–Iré a casa de Rachel –avisé levantándome del sofá.

–Diviértete, cariño –se despidió aún sin mirarme.

Una hora después, luego de haber recogido a Rachel en el camino, Héctor se dirigía hacia la playa Santa Monica. Laura se había ido de vacaciones con sus padres a Oregón, donde vivían los hermanos de su madre y sus dos primas mayores. Mi amiga y yo nos despedimos de Héctor, no sin antes decirle que le avisaría para que viniera a recogernos de nuevo.

Coloco una toalla sobre la arena y Rachel hace lo mismo a mi lado, comenzando a despojarnos de nuestra ropa y permitiendo lucir nuestros bikinis. Pronto el otoño vendría y aunque en California no se vivía el invierno como en otros estados, las temperaturas solían bajar drásticamente.

–¿No extrañas el instituto? –pregunta colocándose boca abajo para que el sol diera en su espalda.

Aparto mi mirada del libro de manera inconsciente, pero la devuelvo rápidamente.

–Extraño a nuestros amigos –respondí tratando de que el nerviosismo no me traicionara.

–Yo también —admite–. Malditos frikis y sus mierdas.

–Si... –susurro sin saber qué decir.

–¿Supiste lo de Morris? –esta vez levanto la mirada, negando–. Le dieron cadena perpetua.

EL CAOS QUE NOS UNIÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora