Capitulo 7

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Martes 19 de septiembre amaneció con un aire fresco y lluvias esporádicas. La temperatura rondaba los 24ºC y el cielo se mantenía medio nublado. Andrea se despertó sobresaltada a las cinco de la mañana, su corazón latiendo acelerado por un ruido fuerte que provenía de la puerta de su casa.

Llamada entrante

—Hola.

—Buenos días, hermosa. ¿Qué haces despierta tan temprano?

—Un ruido fuerte me despertó y ya no puedo dormir. Tengo el corazón acelerado. ¿Y tú, qué haces despierta a esta hora?

—Recién me estoy desocupando e iba a intentar dormir, pero me acordé de ti y quise llamarte. Quiero saber cómo estás, mi niña hermosa.

Andrea sonrió al escuchar esas palabras, pero su expresión cambió rápidamente.

—Me gusta mucho que me digas así, pero ten cuidado... no quiero problemas si ella te escucha.

—¿Ella? ¿A qué te refieres?

—No te hagas la tonta. Me refiero a tu dueña, ¿a quién más?

Paola soltó una carcajada.

—Ja, ja, ja. Ya me hiciste reír con eso. Yo no tengo dueña.

Hubo un breve silencio antes de que Andrea preguntara con un tono de incredulidad:

—¿Y eso?

—Tengo mucho que contarte, mi niña. ¿A qué hora sales hoy del trabajo?

—Hoy es mi día libre.

—Perfecto. Entonces en treinta minutos estaré en tu casa. Hay mucho de qué hablar.

Llamada finalizada.

Andrea se quedó inmóvil con el teléfono en la mano. Sus pensamientos se arremolinaron como un torbellino, sintió su corazón latir desbocado. Respiró hondo intentando calmarse. Su mejor amiga estaría en su casa en media hora, lo que significaba que tenía muy poco tiempo para poner en orden el desorden que reinaba en su hogar. Se apresuró a recoger cosas, alisar los cojines del sofá y limpiar la mesa.

Justo cuando terminaba de acomodar la sala, escuchó los golpes en la puerta.

Toc, toc, toc.

Tomó aire antes de abrir. Frente a ella estaba Paola, con una sonrisa traviesa en los labios. Vestía una blusa verde ajustada con un escote pronunciado que realzaba su figura y un jean azul a la cadera que le quedaba impecable. En su mano izquierda sostenía una botella de vino de la marca favorita de ambas.

—Hola, mi niña —saludó Paola con dulzura.

—Hola, nena —respondó Andrea con una sonrisa.

—Traje el vino que tanto nos gusta —dijo levantando la botella con orgullo.

Andrea rió y negó con la cabeza.

—Ay, amiga... Primero desayunemos. Luego tomaremos.

Paola soltó una risa juguetona.

—Mi niña, la pollita responsable —se burló en tono cariñoso—. Bueno, está bien, primero desayuno. ¿Qué me invitarás?

—Desayuno americano —respondó Andrea—. En unos minutos estará listo. Toma asiento.

Se dirigió a la cocina y comenzó a preparar la comida. Mientras freía los huevos y doraba el pan, sintió cómo unos brazos la rodeaban con suavidad por la cintura. Se tensó de inmediato.

—Mi niña —susurró Paola tiernamente—, no sabes cuánto te extrañé.

Andrea cerró los ojos por un instante. Su respiración se agitó. Sentía el calor del cuerpo de Paola pegado al suyo, el leve roce de su aliento en la nuca. Su corazón latía frenético.

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