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Paul Lahote se consideraba un hombre fuerte que atrás había dejado al niño lleno de miedo y terror.

Solía pensar últimamente en qué hubiera sido de él si hubiera continuado en el círculo vicioso entre su padre y su madre.

Su padre, sin duda, era un abusador, pero su madre era una mujer sumisa que permitía todo aquello y lo obligó a él, un ser inocente, a continuar bajo su yugo cuando esta se fue.

Él creía que había pasado por todas las situaciones dolorosas, incómodas y bizarras del mundo, teniendo en cuenta que tenía la habilidad de transmutar en un lobo de dos metros, algo de razón tenía.

Pero no estaba preparado para aquello.

Sintió como un balde de agua fría lo cubría por completo y un pitido incómodo se instaló en sus oídos.

Carajo.

Sus ojos estaban fijos en la espalda de Cassy, su cabello rubio, lustroso y con algunas ondas, chocaba con sus hombros y aún llevaba la ropa de la ceremonia.

Paul podía sentir su nerviosismo en su ser.

Pero, sin duda, él estaba peor.

Una particula de felicidad se instaló en su pecho actuando como una chispa expandiendose por todo su ser.

Cassy estaba en cinta.

Su Cassy estaba en cinta.

Su Cassy, justo ahora, cargaba a su hijo.

Nadie se movió.

Paul estaba a punto de caer de rodillas ante ella suplicando perdón cuando la realidad lo golpeó con tanta fuerza que estuvo apunto de chillar ante el dolor que se instaló en su pecho.

Él era un idiota.

Un jodido idiota y desgraciado.

Solo a él se le ocurría aceptar que Antonella le dijera a todos que el niño era suyo.

Y como el destino es caprichoso y las moiras juguetonas, Antonella salió de la casa acompañada de Emily ante la evidente conmoción colectiva que acontencia en el patio.

Paul dió  pasos temblorosos hasta lograr observar el rostro pálido de Cassy, pero su mirada no estaba sobre él, estaba sobre el vientre pronunciado de la morena.

Antonella había tomado una de las poleras de Paul y él al instante notó que era la que solía utilizar Cassy para dormir.

Dormir en la cama en la que ahora dormía Antonella.

—Cassy...

—No lo tendré...—Susurro sin ser capaz de mirar a otra cosa que no sea el vientre de Antonella.

Paul cayó al suelo, atónito y estupefacto, mientras sentia como la vida se iba de su cuerpo.

—Deberian sentarse a hablarlo...—Intentó intervenir Sam.

— Cassy, teníamos un trato.—Intentó intervenir Embry mientras la sostenía para que no cayera al igual que Paul, quien parecía estar en un trance.

Con los ojos llenos de dolor ella miró a Paul, sus ojos se encontraron, anhelante  ante la evidente agonía, Paul estalló en lágrimas.

Por primera vez sus emociones no terminaron en una transmutación estrepitosa, lejos de eso, Paul parecía desconsolado.

Algodón De Azúcar - Paul Lahote Donde viven las historias. Descúbrelo ahora