Francia: Moustache

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FRANCIA: Moustache - laberintoazul


—¿Sabéis qué? —preguntó Verónica tras darle un sorbo a su batido de chocolate.

—¿Qué? —contestamos los demás a coro, como si a caso nos interesase. Ya sabéis, como contestan los alumnos a su profesor en una clase.

—¡Mi papi me compró una mansión en Beverly Hills! —sonrió orgullosa.

Fruncí el ceño. No me hacía gracia oír la nueva adquisición de mi amiga, por la sencilla razón de que hacía dos años que había venido la mía para comprar un rascacielos en la gran ciudad de Nueva York.

Llevábamos en la cafetería uso quince minutos, y Vero no había hecho más que parlotear acerca de los regalos que le había hecho su papaíto, que había vuelto de un viaje de negocios a Singapur.

Estupideces que no le interesaban a nadie salvo a ella.

Nosotros éramos el típico grupo selecto que era el más aclamado (y odiado) del instituto, ese que siempre aparece en las películas americanas como los malos; los populares.

Y, además, éramos ricos. ¿La vida no nos podría sonreír un poco más?

Lucas se echó hacia atrás sobre la silla como si estuviera en la playa y bostezó.

—Por favor, Vero, todo el mundo sabe que las mansiones están pasadas-demoda —pronunció aquellas tres últimas palabras con cierto toque melódico—. Si tu papi te quiere tanto, ya podría abrirte los ojos ante la última moda.

Todos reímos el comentario excepto ella, que se apartó de un golpe el pelo de la cara y refunfuñó un insulto para Luc.

—Estoy replanteándome volver a operarme —la que habló en esa ocasión fue Sara, observado sus pechos—. Tracy y Ashley son demasiado pequeñas todavía.

—Lo mejor que haces —dije yo—. ¿Cómo era aquella frase que decía el imbécil de lengua...? laberintoazul

—Algo de dos carretas o qué sé yo —comentó Carla mientras se limaba las uñas—. Además, Leo, ¿desde cuándo tú atiendes a las clases?

Sonreí, sabiendo que si yo quisiera, la empresa de mi madre podría acabar con la de su padre con tan solo un chasquido de dedos.

—Desde que decidiste dejar de llevar aquellas minifaldas tan... bonitas — entoné la última palabra de manera que Carla se sonrojara.

De pronto, la campana de la puerta sonó, anunciándonos que entraba un nuevo cliente. No pude contener la risa al darme cuenta de que era Raúl, al igual que todos mis amigos. ¿Qué hacía aquel pardillo como aquel en este lugar? Todo el instituto sabía que aquel era nuestro lugar de reunión, y que nadie, excepto nosotros, tenía permitido la entrada a esta cafetería.

—No lo sé —contestó Vero cuando hice la pregunta—. Pero averigüémoslo. ¡Raúuul! —Agitó la mano y pestañeó repetidamente, intentando derrochar una sensualidad de la que carecía. Lo único que consiguió fue parecer que estaba sufriendo un tic en el ojo o algo similar.

Al principio, el chico intentó pasar de nosotros, pero dado a las continuos «¡Yujuu! ¡Raúul!» de Verónica, termino por acercarse a nuestra mesa.

—Hey, tío, qué... —las palabras se quedaron en boca de Lucas cuando pudimos ver el rostro de Raúl. —¿Pero qué...? —empezó a decir Carla, pero en seguida tuvo que parar la frase por el ataque de risa que estaba sufriendo, al igual que mis amigos.

¡Raúl llevaba bigote!

Pero no uno cualquiera, no. Un lustroso bigote que relucía en su cara al más puro estilo de épocas pasadas (tampoco me interesaban mucho las clases de historia)

—Anda, Mario Bros se ha dignado a visitarnos —bromeó Sara entre risa y risa. —¿Dónde te dejaste a Luigi? —añadió Carla.

Inmediatamente, mandé a callar a todos y me levanté de la silla. Me acerqué a él a paso lento y, cuando estuvo delante de él, acaricié su frondoso bigote.

—¿Cómo lo has conseguido?

—¿El qué? —dijo él asustado de mi cara de admiración al acariciarlo. laberintoazul

—El bigote. Yo... Yo llevaba años intentando dejarme bigote, pero al parecer mi vello facial me había declarado la guerra. Había investigado cualquier motivo por el que podía causar esto pero, o no entendía lo que ponía, o me decía que «son cosas de la genética».

Que viene a ser lo mismo, porque no tengo ni idea de qué es genética.

¿Por qué? ¿Por qué a mí no me sale el bigote y al pardillo aquel sí? Si me conformaría hasta con una simple barba...

Raúl me miraba como si estuviese loco, pero lo único en lo que me podía concentrar era en aquel pelo maravilloso, que crecía y crecía hasta curvarse en la punta. —¿Qué haces, Leo? —me preguntó Carla.

—¿A caso estáis ciegos, imbéciles? —dije sin dejar de observar aquella reliquia facial—. Tiene bigote.

Ellos se miraron entre sí y exclamaron un sonoro «¡Ahh!». Todos se levantaron y se colocaron donde yo estaba, formando un círculo alrededor de Raúl.

—Te queda monísimo. Deberíamos quedar algún día —y, acto seguido, Sara le guiñó un ojo.

—¿Y cómo lo cuidas? ¿Utilizas algún producto especial o algo...? Yo utilizo lo mejor de lo mejor para mi pelo —ese fue Luc, que acarició su pelo como si se tratase de oro.

—Yo... —empezó Raúl, pero nosotros le cortamos.

—Es taaaan cool. No sé por qué nunca me fijé en ti.

—Es mío, perra. Yo lo vi antes —le recriminó Sara a Vero.

—Perra lo serás tú, guarra —le contestó, no sin antes volver a apartarse el pelo de otro golpe.

—Tengo que...

—Deberíamos dejarnos bigote también —Luc interrumpió de nuevo a Raúl—. Parece ser que atrae a las tías —y señaló a Sara y Vero, que habían empezado a insultarse como si nunca hubieran sido amigas. laberintoazul

—He estado buscando un par de vídeos que hablan sobre cómo dejarte bigote y cómo cuidarlo y parece ser que hay un método... —empecé yo, pero Carla me cortó. —Me aburroo —cantó—. Mira, Raúl, estás bastante bueno así que qué tal si...

—¡Es mío, perra! —gritaron Sara y Vero a la vez mientras giraban sus cabezas como si fueran muñecas diabólicas, abalanzándose sobre ella en una lluvia de insultos.

Y, uno a uno, terminamos por irnos de la cafetería Moustache, que daría nombre a aquella moda que se acababa de inventar en ese momento.

Una moda, que como otra cualquiera, había surgido de un momento absurdo pero que, por cosas del destino, se convertiría aclamada en el mundo entero.

Fin

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