Albania: I'm Alive

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ALBANIA: I'm Alive - jazalean

Vacío. Vacío es lo único que siento al recordar el fallecimiento de mi esposa. Era tan joven, tan bonita.

Su retrato aún cuelga de la pared, cuyo papel pintado se empieza a despegar de las esquinas de la habitación de matrimonio que años atrás había pertencido a mis padres.

Yo soy Greig Nishilu, y mi edad no alcanza los veinticinco. Vivo en Tirana, ciudad albanesa, país que no es destacado precísamente por poseer todo tipo de lujos. Pero, gracias al señor, mis dotes literarias me han permitido colocarme como una de las figuras más importantes del panorama de la escritura.

Y, ahora os preguntareis por qué al principio del relato aparece mi mujer.

Yo volvía del banco, y, cuando entré a mi hogar, una mansión alejada del centro de la ciudad de bastante buen ver, ella yacía sobre los pies de la escalera. Su mirada, perdida, transmitía terror, todo el que se podía sentir al perder la vida con tan solo dieciseis años. Sus cabellos dorados estaban manchados con el rojo de su sangre, la cual se camuflaba en la alfombra roja del vestíbulo.

Pero era hora de olvidar. Soy joven, con toda una vida de éxitos y logros por delante y muchas muchachas a las que conquistar. Es hora de vivir el momento.
El sol del atardecer ilumina la casa. Me calzo y salgo de la habitación, para a continuación bajar las escaleras a prisa y dirigirme a la entrada de la casa y esperar la visita de mis padres, quienes no habían podido venir por todos los quehaceres que les surgían.

Pero algo me detiene. A la izquierda del vestíbulo, en el comedor, las sillas estaban esparcidas por la sala. No recuerdo haberlas dejado de aquella manera, aunque podría haber sido Mary Anne, la joven estadounidense que me limpia la casa. En aquel momento estaría haciendo cualquier tontería en el patio trasero.

Y, por fin, la tan deseada visita.

-¡Mi pequeño! -exclama mamá con entusiasmo. Las arrugas empezaban a marcarse en su antes hermosa y pulcra cara.

Me tiro a sus brazos y, de reojo, observo a mi padre con una satisfactoria sonrisa, orgulloso.

-Se te ve con buena cara -dijo él a continuación, efectuando un apretón de manos como saludo.

Los invito a pasar, y ellos aceptan, encantados, ya que así podrían ver el estado en el que se encontraba su antigua morada. Nos dirigimos al comedor, ya que era la estancia más cercana. Era grande, espacioso, con una gran chimenea y dos puertas: una que separaba la sala con el vestíbulo, y otra de la sala de estar.

-¿Quieren algo de beber? -Mary Anne aparece por el marco de la puerta, con una modesta sonrisa.

Giro la cabeza hacia mi padre, quien se fija en la joven mientras pequeñas gotas de sudor recorren su despoblada frente.

-No, nada -mi madre habla por ambos, dejando claro que la presencia de aquella joven le molestaba.

Mi padre asiente, y la joven vuelve a desaparecer por donde había venido.

Seguimos hablando sobre sus negocios, dinero, y demás temas de las clases sociales altas, hasta que salió el tema de mi fallecida esposa, tema que les comenté por teléfono desde la centralita de la ciudad.

-Sí, estoy bien. Supongo que necesito tiempo para asimilar la situación -continúo tras la ya avanzada conversación.

Veo a mi padre incómodo, especialmente desde que vio a Mary Anne.

-Sí, hijo, eso es justamente lo que necesitas -mi madre muestra
una de sus mejores sonrisas.

- Padre, ¿estás bien? -pregunto, levantándome del pequeño pero a la vez cómodo sofá.

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