Alemania: Satellite

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ALEMANIA: Satellite -

Fritz se mesó el pelo, apartando los mechones canosos de su visión. Tras un suspiro de cansancio, siguió barriendo el polvo de la acera. Al viento juguetón no le bastaba con despeinarlo, ya que volvía a deshacer el montón mientras él resoplaba exasperado. Al fin, soltó la escoba y se sobó la espalda adolorido. El cielo oscurecía y ya no había rastro del sol, oculto tras los edificios. Entró al local perezosamente. Miró el reloj sobre la entrada y comenzó a poner los taburetes sobre la barra.

Hacía unos diez años que llevaba aquel café. En su época bastante vanguardista, ahora "retro". Las paredes pintadas de color negro brillante, en las cuáles dibujó delicadamente constelaciones, cometas, planetas, asteroides... desde el techo del mismo diseño, colgaban pequeñas lámparas que daban una suave iluminación al local y el mobiliario era de los setenta, sincronizando con los colores brillantes de una bonita rocola, que daba el broche final. Lo llamó Satellite, un nombre bastante acorde con el aspecto del lugar. Fijando su mirada en una pequeña foto, que adornaba la pared opuesta de la barra, recordó lo duro que fue en un principio. La ubicación alejada del centro fue el principal problema. No iban muchos clientes, pero la llegada de vecinos que, asombrados por la extravagante decoración del local, hicieron correr la voz. Así, el Satellite adquirió fama hasta que Fritz se vio obligado a contratar empleados para sobrellevar los pedidos. El Satellite era lo único de lo que podía enorgullecerse, de ahí el cariño que le profesaba. Tanto tiempo invertido en él... nunca se había casado, tampoco había sentido el amor por una mujer más allá de la atracción física, pero estaba seguro que amaba aquel local. Así era que cuando llegara su hora, quería morir ahí.

Colocó el último taburete y le sobrevino el molesto olor de la basura. Abandonando esta tarea, fue sacarla, por miedo a olvidársele otra vez. Cargó con las dos bolsas y salió por la puerta trasera, que daba hacia un callejón. A pesar de la oscuridad, Fritz pudo vislumbrar la entrada de una jovencita al callejón. Sin apartar los ojos de ella, metió los sacos en el contenedor. La chica era muy bonita, como pudo ver él. Juraría que no sobrepasaba los dieciséis, con un largo cabello de regaliz y dos ojos azules que resaltaban sobre una aparente suave piel. Asomando por debajo de un sencillo vestido, estaban las rodillas que daban paso al resto de sus piernas. Fritz las miró detenidamente, deleitándose con lo que su vista le brindaba. A esas alturas, Fritz lo había decidido. La jovencita pasó por su lado, moviendo en los sonrosados labios un cortés saludo. Él le respondió y entró con rapidez al local. Con prisa, fue hasta la cocina y retiró un pequeño mueble que servía de alacena. Retiró una losa y dejó al descubierto un paquete forrado en periódicos. Lo abrió de forma brusca, sacando un bote medio vacío de un líquido incoloro, que se dio prisa en usar para empapar un pañuelo. Sin recoger el desorden, salió al callejón. Suspiró aliviado al verla aún ahí, cruzando inocentemente aquel estrecho y lóbrego callejón. Dibujó una sonrisa lasciva en su rostro y la llamó mientras caminaba hacia ella.

-¡Jovencita! ¡Espera un momento!

Ella paró en seco. Con mucha gracia, entrelazó sus manos por la espalda, dio un suave giro en el que la falda del vestido rebeló parte de sus muslos y se inclinó hacia Fritz con una sonrisa.

-¿Qué desea señor?

Él le devolvió la sonrisa, lo más inocente que pudo intentar y se acercó un poco más hasta estar a su lado.

-Me extraña ver a una chica tan joven en este callejón y a estas horas, ¿Qué haces aquí?

-Tenía hambre y pensé que por aquí encontraría un buen lugar para cenar- sonrió ligeramente. Fritz quedó mudo unos segundos, ¿Estaba buscando un restaurante en un callejón?

-Siento decirte que por aquí no hay ningún restaurante, pero tengo un café. Aunque ya haya cerrado, te haré el favor y te daré algo de comer- no pudo evitar reír un poco ante el doble sentido de la frase que era mucho más acertada a su idea de "comer" que la de la jovencita.

-Muchísimas gracias, es usted muy amable- parecía que no iba a tener que tomarse el trabajo de arrastrarla hasta el local.

La condujo hasta la puerta trasera. Entró primero él y se hizo a un lado para darle paso a ella.

-¿Sabes? Has tenido suerte de que te encontrara- dijo cerrando la puerta. La miró de soslayo mientras preparaba el pañuelo. Ella observaba inocentemente cada uno de los recovecos del Satellite. -nunca se sabe cuando puedes cruzarte con alguien con malas intenciones.

-¿Malas intenciones? ¿Cómo las suyas?

Fritz se paralizó, helado. Giró el cuello mirando a la joven que se había encarado hacia él. Con una sonrisa candorosa, ladeó la cabeza esperando respuesta. Mechones de su pelo se deslizaron tapándole parte del rostro. Sus ojos eran como afiladas dagas clavándose en Fritz. Por fin, él sacudió su cabeza y recobró la compostura. No se molestó en guardar el pañuelo, era un esfuerzo innecesario. Le devolvió la sonrisa con malicia.

-¿Cómo es que lo has adivinado?

-No me resultó muy difícil, los hombres tenéis un patrón de comportamiento similar en estos casos. La misma mirada, la misma sonrisa, el mismo tono de voz...-le dio la espalda paseando por el local. Se acercó a la rocola y se agachó leyendo el repertorio. -sé distinguir cuando un hombre me mira con lascivia ¡Qué bonita!- exclamó con una sonrisa.

-¡Vaya suerte la mía! Vas a ahorrarme un gran esfuerzo...- Fritz se sentía engañado, aquella jovencita le pareció tan inocente.

-¿Cómo? Si creíste que estaría dispuesta a acostarme contigo, estás muy equivocado- dijo ella borrando la sonrisa.

-Entonces, ¿Por qué entraste? Si ya sabías lo que tenía planeado... te has metido tú solita en la boca del lobo- Fritz ensanchó su sonrisa, blandió el pañuelo y se acercó lentamente a ella. Quería saborear plenamente el momento en que la joven adquiriera la palidez del miedo, sus ojos reflejando horror... qué pena que en la mejor parte estaría dormida.

-La razón de que te siguiera, es para cumplir tu última voluntad... viejo pervertido- le respondió sonriendo burlonamente.

7:30 Berlín, Alemania.

Ocurrió en una de las más recónditas calles de la capital germana. Cuando comenzaba el sol a despuntar, fue cuando encontraron a Fritz. Era verdad que desde un principio se apuntó al dueño del Satellite como la víctima, pero fue indispensable recabar la información necesaria para determinar la identidad. Una tarea difícil por el horripilante aspecto del cuerpo, que lo único que se logró distinguir entre la masa de carne fue un pequeño parche de un trozo de camisa. En el parche, el nombre con más significado para Fritz: Satellite.

Aunque eso no fue lo único que la policía encontró. En la cocina, junto a un mueble colocado arbitrariamente allí, había un hueco. Este hueco parecía ser el escondite secreto de la mayor arma de Fritz: cloroformo. Para mayor sorpresa de los policías, junto al bote y varias hojas de periódico, hallaron un álbum de fotos. Este álbum recogía fotografías de diez jóvenes, aparentemente dormidas. Aquellas chicas fueron reconocidas por haber desaparecido en los anteriores diez años, sin poder encontrar alguna pista sobre su paradero. Tras este hallazgo, se pusieron manos a la obra y registraron exhaustivamente el local. La búsqueda recogió sus frutos al encontrar detrás de la rocola una pared falsa. Tras abrir el espacio, localizaron restos humanos.

Obviamente, a esas alturas habría de ser bastante torpe para no llegar a la misma conclusión: Fritz había secuestrado y asesinado a esas chicas, hizo lo que quiso con ellas y las ocultó en la pared falsa tras la rocola.

Pero, ¿Quién asesinó a Fritz?

Su único testigo duerme ahora eternamente en el Satellite, cumpliendo su última voluntad.

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