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Omnisciente.

— Oigan, ¿quién salta? —preguntó el ojiazul interrumpiendo la discusión de Richie y Eddie.

— ¡Yo primero! —Beverly gritó mientras se quitaba el vestido bajo la atenta mirada de todos los presentes.

Jane envidiaba su confianza.

— ¡Maricas! —pasó entre los perdedores.

— ¡Maldición!

— Fue increíble.

Cuando ella cayó al agua, todos giraron en dirección de la otra chica esperando que ella saltara.

— Oh, no, no, no, no, no me miren a mí. Iré después de ustedes.

Bill sonrió al verla.

— Vinist-te.

El de gafas pudo sentir como algo en su pecho quemaba al ver que la chica que le gustaba le sonreía a su mejor amigo.

Richie fue el primero en saltar, le siguió Stan y Ben.

Jane se sintió un poco más en confianza y comenzó a desvestirse, el tartamudo trataba de no mirar, pero las hormonas se lo impedían.

Al estar completamente en ropa interior se acercó a la orilla.

— ¿Quieres saltar conmigo? —preguntó tímida la chica.

Bill asintió, ella tomó su mano y se dispuso a saltar.

Al caer los dos rieron; los adolescentes se la pasaron jugando entre ellos, olvidando todo.

Jane

Me sorprendí al verme abierto con los chicos, todos nos divertimos. Me daba cuenta de las miradas entre Ben, Beverly y Bill. Aunque, bueno, también me fijé en las miradas hacia mí por parte de Bill y Richie. Era raro.

(...)

Después de unas luchitas salimos del agua a descansar. Beverly tendió su toalla para tomar el sol. Stanley trajo una radio y puso cualquier canal.

— Me tengo que ir.

Todos me miraron. Necesitaba inventar alguna excusa que sea creíble. Me la pasé bien y todo, pero por algún motivo me sentí triste.

Llegaron a mi mente las burlas en las que participé hacia los perdedores. Nunca lo hice directamente, cada que salía con Patrick, Henry siempre debía de mencionar a cualquiera de ellos.

Lo mismo pasó en la tarde en la que el hermano de Bill desapareció.

— ¿Te vas? —Stan me miró mientras me ponía mi short.

— Sí, iremos con mi padre a Ringe.

— ¿Qué carajos es eso? —preguntó Tozier.

— En Nuevo Hampshire —él frunció sus cejas sin entender—, un pueblo en donde no hay nada interesante.

Negué restándole importancia mientras ataba mis agujetas.

— Qué-é-date.

Me detuve al escuchar la voz de Bill, giré a verlo. Cuando lo miré a los ojos la culpa me carcomió. Sentí ganas de llorar por su mirada esperanzadora, pero me lo tragué todo y regresé mi vista a mis tenis.

— No puedo, mamá me matará al ver que llegué tarde.

Me levanté.

— Gracias por invitarme, me divertí —les sonreí mientras me alejaba ­—. Nos vemos.

Me alejé de ellos, necesitaba llegar a mi casa rápido para encerrarme en mi habitación y ponerme a llorar.

(...)

Durante los siguientes días me quedé en mi habitación. Mi padre no pudo venir debido a que la tía Victoria enfermó de varicela contagiándolo. Eso fue otro detonante de mi pésimo humor.

Miraba el techo de mi habitación pensando en todo y a la vez en nada.

— ¡Minúscula, te busca alguien! —Jeremy golpeó la puerta de mi habitación.

Rodé los ojos irritada, justamente tuvo que bajarme en la mañana.

Gruñí y de mala gana me dirigí hacia mi puerta.

— Llegó tu novio —me sonrió y se fue.

— ¿Qué? —entrecerré los ojos sin entender nada.

Bajé las escaleras, pero me detuve abruptamente al ver a Bill Denbrough de espaldas mirando fotos mías y de Jeremy de bebés.

— Carajo —susurré y rápidamente subí a mi cuarto.

Me cambié y arreglé lo más rápido que pude. Bajé las escaleras, afortunadamente él seguía ahí.

— Bill —el giró al escuchar mi voz, los dos sonreímos al unísono.

— Jane, ho-o-ola.

— ¿Qué haces aquí?

— Be-everly nos llamó y nos pidió que fuér-r-ramos a su casa.

Por el rabino del ojo pude ver la cabezota de mi hermano asomada en la cocina viéndonos. Tomé a Bill de la muñeca y lo saqué afuera de la casa.

— Claro —le sonreí. Me metí a la casa y avisé que iba a salir.

— ¡Solo besos, Janette! —Jeremy gritó. Rodé los ojos.

— Vamos —Bill tomó su bicicleta y se montó en ella. Hice una mueca —. ¿Qu-ué pasa?

— Es que yo no tengo bicicleta, mi madre prefiere que me vaya caminando o en el carro.

— Oh, pu-u-ues no hay problema. Puedes venir conmigo y Silver —reí.

— ¿Silver?

— Así se llama esta belle-e-eza —mostró el manubrio de su bicicleta, en el estaba escrito Silver.

— Vaya, que bien —respondí sin saber que más decir.

Él me cedió un pequeño espacio en la parte de atrás para que me sentara, abracé su pecho por detrás al ver que se comenzaba a mover.

A.

Dear God ─── It [Eso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora