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Los días pasaron rápidamente, después de la pelea que tuvieron nadie se hablaba. Mi padre regresó de su viaje a Rindge así que estos días los hemos pasado en familia, me olvidé un rato de los perdedores, pero después me di cuenta que los extrañaba.

Estuve pensando y el único motivo por el cual me quedé con Bill y Beverly fue por la culpa.

El día que George Denbrough se perdió yo salí con Patrick y lo vi.

Estaba persiguiendo su barco de papel por el lado izquierdo de Witcham Street, el idiota de Victor Criss se burló de él.

— Mírenlo, igual de estúpido que su hermano —todos a excepción mía rieron.

Patrick me miró extrañado.

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te ríes?

Los dos estábamos en la parte trasera del auto, mientras que Belch y Victor adelante.

— Ya quiero irme.

Él asintió mientras le daba otra calada a su cigarro. El ambiente era otro cuando Bowers no estaba.

Miraba por la ventana como Gerogie corría tras el bote. Él forzó el paso y, por un momento pareció que iba a alcanzar al barquito. Pero a uno de sus pies resbaló y George cayó despatarrado despellejándose la rodilla con un grito de dolor. Desde mi nueva perspectiva, a la altura del pavimento, vi que su barco giraba en redondo dos veces, momentáneamente atrapado en otro remolino antes de desaparecer.

— ¡Mierda y más mierda! —volvió a chillar, estrellando el puño contra el pavimento.

Eso también debió doler, y se echó a sollozar. 

Se levantó para caminar hacia la boca de tormenta y allí se dejó caer de rodillas, para mirar hacia el interior. 

Patrick me atrajo hacia él y me recostó en su pecho, no le dije nada ya que seguía viendo a George.

El niño retrocedió. Allí dentro, en la cloaca, había unos ojos amarillos. Ese tipo de ojos que mientras siempre me imaginaba, sin verlos nunca, en la oscuridad de mi habitación.

Es un animal, pensé.

Lo vi levantarse y retroceder. Parpadeé y volví a mirar. Apenas podía dar crédito de lo que veía; era como algo sacado de un cuento o de una película donde uno sabe que los animales hablan y bailan. Quizás era por la hierba en el ambiente dentro del auto, pero era real.

En la boca de la tormenta había un payaso. La luz distaba de ser buena, pero bastó para que estuviese segura de lo que veía. Era un payaso, como en el circo o en la tele. Parecía una mezcla de Brozo y Clarabell, el que hablaba haciendo sonar su bocina de Howdy Doody, los sábados por la mañana. La cara del payaso metido en la boca de la tormenta era blanca; tenía cómicos mechones de pelo rojo a cada lado de la calva y una gran sonrisa de payaso pintada alrededor de la boca.

El payaso tenía en una mano un manojo de globos de todos los colores, como tentadora fruta madura.

En la otra el barquito de papel de George.

Pasaron varios segundos en los que el niño hablaba con el payado, durante su conversación los ojos del payaso pasaron del amarillo a un azul brillante, bailarín, como los de Bill.

Georgie se inclinó hacia delante. El payaso le mostró en alto el barco sonriendo, llevaba un traje de seda abolsado con grandes botones color naranja. Una corbata brillante, de color azul eléctrico, se le derramaba por la pechera. En las manos llevaba grandes guantes blancos, como Mickey y Donald.

La sonrisa del payaso de acentuó.

George estiró la mano.

El payaso le sujetó el brazo.

Entonces vi como la cara del payaso cambiaba.

Lo que vi entonces fue tan horrible que lo peor que había imaginado sobre cualquier cosa parecía un dulce sueño. Destruyó mi cordura de un zarpazo.

Flotan —croó la cosa de la alcantarilla con una voz que reía como entre coágulos.

Sujetaba el brazo del niño con su puño grueso y agusanado. Tiró de él hacia es horrible oscuridad por donde el agua corría y rugía y aullaba llevando hacia el mar los desechos de la tormenta.

Georgie estiró el cuello para apartarse de esa negrura definitiva y empezó a gritar hasta la lluvia, a guitar como loco hacia el gris cielo otoñal que se curvaba sobre Derry aquel día de otoño. Sus gritos eran agudos y penetrantes y a lo largo de toda la calle, la gente se asomó a las ventanas o se lanzó a los porches.

Flotan —gruñó la cosa—, flotan, Georgie. Y cuando estés aquí abajo, conmigo, tú también flotarás.

El nombre de George se clavó contra el cemento del bordillo. Yo vi sólo a un niño de impermeable amarillo, un niño que gritaba y se retorcía en el arroyo mientras el agua lodosa le corría sobre la cara haciendo que sus alaridos sonaran burbujeantes.

— Aquí abajo todo flota —susurró esa voz podrida, riendo, y de pronto sonó un desgarro y hubo un destello de agonía y ya no vi algún movimiento por parte de Georgie Denbrough.

Dave Gardener fue el primero en llegar. Aunque llegó solo cuarenta y cinco segundos después del primer grito, George Denbrough había muerto.

— Mierda —grité y todos voltearon a verme.

Gardener lo agarró del impermeable, tiró de él hasta sacarlo de la calle... y al girar en sus manos el cuerpo del niño, también él empezó a gritar.

El lado izquierdo del impermeable de niño estaba de un rojo intenso. La sangre fluía hacia la alcantarilla desde el agujero donde había estado el brazo izquierdo. Un trozo de hueso, horriblemente brillante, asomaba por la tela rota.

Los ojos de George miraban fijamente el cielo gris y mientras Dave retrocedía a tropezones hacia los otros que ya corrían por la calle, empezaron a llenarse de lluvia.

A. 

Dear God ─── It [Eso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora