Prólogo II ― Días grises, atardeceres anaranjados

428 58 55
                                    

Había llegado esa época del año donde el frio se adueñaba de las calles y golpeaba con sus intensos vientos, provocando escalofríos en la humanidad, y ese era tu caso, estando en la cocina terminando de preparar los almuerzos, soportando cómo tus dedos se congelaban por las bajas temperaturas. Una parte de ti extrañaba esas tardes cálidas que eran acompañadas de unos preciosos atardeceres anaranjados, que despertaban en ti toda tu creatividad, dejando tu corazón depositado en los lienzos, danzando el pincel entre tus dedos y plasmando tus pensamientos sobre la desnuda tela blanca.

Oh, pero eso ya no era así, ya no pintabas, y el clima iba acorde a tus sentimientos actuales.

― ¿Estás en la cocina? ― Preguntó una voz masculina, que bajaba apresurado las escaleras.

― Sí, estoy preparando tu almuerzo. ― Alzaste la voz lo suficientemente fuerte para ser escuchada, por el contrario. ― Hice gyosas, tu madre me ha enseñado a prepararlas.

― Eres la mejor. ― Finalmente había llegado a tu lado, y removió tu cabello que a duras penas se podía despeinar.

Sí, también lo habías cortado, ahora llevabas una elegante melena que cubría parte de tu nuca.

― Lo sé. ― Tomaste el maletín del chico y dejaste depositado dentro su comida, con cuidado de no estropear sus documentos dentro. ― ¿Hoy ves a mi padre?

― Sí, de hecho, voy a una reunión ahora, tenemos que hablar con los gerentes de marketing, tiene que anticipar las buenas campañas si desea postular a presidente de nuevo. ― Tomó una taza de café que habías dejado preparada especialmente para él. y le dio un buen sorbo.

― Bien, recuérdale la cena que tenemos pendiente para hoy, y recuerda... Si pregunta, ya estamos casi listos en los planes de nuestro matrimonio, que no debe entrometerse. ― Respondiste algo irritada.

― Sí, que tienes tu vestido listo, las comidas, bla bla bla... ― Iba a tomar otro sorbo, pero le arrebataste la taza. ― Oye, eso es mío.

― Bueno, ahora es mío. ― Empinaste la taza y bebiste todo lo que restaba dentro, sintiendo como la cafeína daba buenos resultados en ti. ― Ya tengo suficiente con trabajar para él, no debe entrometerse en esto.

― No te preocupes, yo me encargo. ― Tomó su maletín y dejó dentro de este sus últimos documentos, antes de irse. ― Nos vemos en la cena.

― Sí, por favor, recuerda hablar con mi padre, repítele que...

― Almendra, deja de estresarte por todo y confía en mí, por esta vez, sé que me puedo encargar. ― Te sonrió y eso de alguna manera te pudo tranquilizar un poco.

Relajaste tus tensos hombros y resoplaste algo agotada, habías dormido poco y eso generó un mal humor en ti, acostumbrabas a desquitarte con tu ahora pareja por esto mismo, pero él de alguna manera sabía cómo sobrellevar todo y tenía sus maneras de tranquilizarte. Tomaste tu maletín ahora y te aseguraste de que no faltara nada, ya teniendo la seguridad de esto, retomaste tu rutina y buscaste en el bolsillo de tu abrigo las llaves del auto, para cuando las encontraste, el hombre ya había abierto la puerta para facilitarte tu salida, y tu internamente agradecida por esto sólo presionaste el botón que quitaba la seguridad de las puertas, teniendo como único propósito, subir al auto.

― Que te vaya bien, nos estaremos viendo luego. ― Dijiste a la vez que te subías al auto, encendiendo rápidamente el aire caliente, disfrutando del cambio de temperatura.

― Olvidaste tu bufanda. ― Dijo antes de subirse a su propio auto, y pudiste ver su expresión de regaño.

― ¡Hasta luego, Shang! ― Lo ignoraste por completo y encendiste el motor de tu auto, arrancando este y a la vez escapando del chico asiático.

Smooth Operator ─ 𝐻𝑜𝑏𝑖𝑒 𝐵𝑟𝑜𝑤𝑛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora