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La guerra había terminado hacía muchos años, pero sus efectos aún se sentían en todo el reino. La devastación había arrasado con todo, dejando a su paso pueblos y ciudades en ruinas y a las personas en la más completa miseria. Sin embargo, en medio de la oscuridad, surgió un hombre con una visión, un hombre que tenía todo lo que los demás habían perdido: poder y dinero. Con astucia y habilidad, este hombre logró convencer a un grupo de personas desesperadas para que lo siguieran en su sueño de construir un nuevo mundo. Juntos, se esforzaron por levantar pueblos y ciudades, alejados unos de otros, pero conectados por un lazo invisible que los unía en su determinación por sobrevivir y prosperar.
El joven rey, recién coronado a pesar de su juventud, se encontraba en el centro de todo esto. Con su inteligencia y liderazgo, supo ganarse el respeto y la lealtad de su pueblo, y poco a poco, el reino comenzó a florecer. Sin embargo, el éxito no llegó sin sacrificios ni obstáculos, y pronto el rey tendría que enfrentar la más difícil de las pruebas: la de mantener la unidad y la lealtad de su pueblo en un mundo que siempre había sido marcado por la avaricia y la traición.
El rey siempre tuvo una idea clara: controlar la población de los pueblos. Impuso una única regla, que las parejas casadas no tuvieran más de dos hijos. La moneda de intercambio se convirtió en el motor de la economía y las familias pudieron establecerse y mantenerse por sí mismas. Sin embargo, si alguien rompía la regla, el rey era implacable. El castigo era duro, debían entregar a su hijo al castillo para servir al reino, se le despojaba de su identidad y no podían establecer ningún tipo de contacto con sus familias.
Todo parecía marchar bien hasta que el rey falleció y dejó a todos en shock. Los pueblos cayeron en días de silencio mientras la reina tomaba el trono para esperar a que su hijo mayor cumpliera la edad suficiente para gobernar. Sin embargo, antes de que llegara ese momento, la reina necesitaba una esposa para él.

El hijo del rey había encontrado el amor en el pueblo de agricultura, pero la reina no aprobaba la relación y un día dieron la noticia de que él había desaparecido. La incertidumbre se apoderó de los pueblos y hubo una gran revuelta sobre quién lideraría el trono. La reina impuso su autoridad y declaró que ella seguiría en el trono hasta que su otro hijo estuviera listo para tomar el lugar de su hermano, pero casi no se sabía nada de él. El futuro de los pueblos era incierto y el misterio de la desaparición del príncipe mayor dejaba un oscuro presagio en el aire. La gente empezaba a temer que el reinado de la reina pudiera llevar a una época de oscuridad y caos.

Baje la mirada hacia el sobre blanco con el sello del palacio descansando en la mesa enfrente de mí, mis manos comenzaban a temblar espere la llegada de ese sobre por demasiado tiempo pero ahora que lo tenía en mis manos no sabía bien qué sentir, de lo único que estaba segura es que no podía permitirme sentir nada en absoluto.

―Deberías tomarte unos días para descansar, luces como la mierda ―me suelta mi mejor amiga una vez que ingresa por la puerta de la cocina, me alejo de la pequeña mesa y camino hacia la isla montada en el medio de la cocina para seguir amasando los panes para mañana.

―Ana está cerca de su fecha de parto, le dije que se tomará unos meses desde ahora ―le respondí a Leila mientras seguía con la mano en la masa, tratando de que mi cansancio no se notara tanto. Ella se preocupa, lo cual le diría a su madre, quien vendría ayudarme sin dudarlo pero no podía dejar que Lillian se tomará tiempo extra para venir a cuidarme a mi, tenia demasiado con sus hijos y su trabajo arreglando ropa para las jóvenes del pueblo quienes no podian a acceder a ropas nuevas.

―Te dejaré mi nuevo corrector de ojeras, ese bebe sabe hacer magia ―me dice burlandose de mi y me rio con ella.

―¿No puedes quedarte un rato más? ―pregunto y me da una mirada preocupada.

Nos encantaba pasar tiempo juntas, compartir historias y risas, y simplemente disfrutar de su compañía. Sin embargo, a pesar de lo mucho que disfrutaba de su presencia, siempre llegaba el momento de la despedida, lo cual era algo que todavía me costaba asimilar. Cada vez que Leila se preparaba para partir, sentía un nudo en la garganta y un vacío en el estómago. Sabía que la próxima vez que la vería sería en una semana, pero aún así, la despedida siempre me dejaba una sensación de tristeza y nostalgia. En sus primeras visitas a la residencia Leila quedó encantada, no paraba de hablar de cada detalle que veía, las boutiques de ropa más lujosas, algo que nosotros no teníamos ni remotamente permitido soñar. Éramos el pueblo donde envían a los que no servían para nada, si bien las personas del palacio no nos llamaban así, hace tiempo ya nos habíamos acostumbrado a ese nombre y también a que los otros pueblos nos trataran así; aunque siempre había excepciones.

El precio del silencio (en proceso de edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora