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No supe exactamente en qué momento me dormí pero por la mañana el sol golpeaba suavemente mi cara haciendo que me levantara a cerrar bruscamente las cortinas, en cuanto llegue a la cama ya me había desvelado el olor del tocino y café que venía desde la cocina. Busqué algo de ropa en la maleta que Alex había cargado hasta la habitación no estoy segura de en qué momento y fui al baño antes de bajar hacia la cocina con apetito de los maravillosos olores que inundaban la planta baja. Me preguntaba a quién encontraría en la cocina y si debería ponerme algo más decente que una simple bata de dormir que no dejaba mucho a la imaginación. Sin embargo cuando crucé la puerta de la cocina el gemido de sorpresa no le pasó por alto a Alex quien volteaba ágilmente unos pancakes de la sartén.

—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunto cuando llego a su lado y me susurra un buenos días dejando un rápido beso en mis labios.

—¿Quieres terminar de preparar el café? —asiento a su lado y saco la cafetera terminando de espumar la leche.

—Antes prueba esto —me tiende una porción del pancake en el tenedor, mientras él se lleva el resto con la mano a su boca. Estoy tentada de tomar su mano y chupar la miel que dejo en sus dedos. Maldita sea, esto no es nada bueno.

—Mmm, está muy bueno —digo saboreando y no pudiendo evitar el efecto en mi voz ronca—. ¿Sabes cocinar? —pregunto alejándome de él.

—Si, unas de las ventajas de tener clases de lo que quieras en el palacio.

—¿Y elegiste precisamente la cocina? —me dirijo hacia la mesa donde admiro la hermosa vista al mar que hay desde la ventana y espero que Alex satisfaga mi curiosidad.

—Cocina, cerámica, escultura, pintura, modelaje, fotografía —enumera riendo—. Cocina es la única que termine, es algo que me despeja mi mente de una manera extraña, cuando tengo un mal día simplemente paso por la cocina y todos mis problemas desaparecen, al menos por un rato.

—Entiendo a lo que te refieres, cuando estoy en la cafetería no existe nada mas para mi, aunque nunca fui fan de la cocina y actualmente lo único que me gusta cocinar son cosas dulces.

—Me gusta mucho lo dulce, haremos un gran equipo —me dice y toma asiento al lado mío con un plato para mi y otro para él.

El aroma del tocino crujiente aún flotaba en el aire cuando terminé mi desayuno, dejando un regusto de satisfacción en mi paladar. Mis labios apenas habían rozado la última migaja cuando Alex, con una pasión incontenible en sus ojos, me inclinó sobre la mesa. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la costa cercana proporcionaba un acompañamiento perfecto para nuestro de deseo desenfrenado. Sus manos expertas exploraban cada rincón de mi cuerpo, mientras mis dedos se aferraban al borde de la mesa, blancos por la intensidad del momento. Cada embestida dejaba ardiendo en mi garganta que emitía gemidos de éxtasis y súplicas desesperadas por más. Cada movimiento era una sinfonía de pasión desenfrenada, y el susurro del viento acompañaba nuestros gemidos entrelazados. Mis manos se aferraban a la mesa con fuerza, mis uñas dejando pequeñas marcas en la madera mientras me entregaba por completo al frenesí del momento.

Por las tardes Jenny y Marcus se unían a nosotros para un paseo por la playa, compartiendo risas y recuerdos mientras el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte.  Cuando llegamos a la casa, me sumergí en un baño caliente para recuperar el calor en mis manos y relajarme después de la excitación del día. Sin embargo, mi mente seguía dando vueltas, incapaz de sacudirse la sensación de estar en un lugar al que no pertenecía realmente. A pesar de la aparente felicidad y conexión que compartíamos, un sentimiento de inquietud se arrastraba en lo más profundo de mi ser, recordándome que esta vida, esta casa, no era realmente mía.

Mientras nos sentábamos alrededor de la mesa, compartiendo risas y anécdotas, no pude evitar notar la mirada relajada y feliz de Alex, y un destello de dolor punzante se abrió paso en mi corazón. Sabía que este viaje, esta felicidad efímera, tenía un límite. Cada momento compartido parecía estar marcado por el tic-tac implacable del tiempo, recordándome que nuestras vidas estaban destinadas a separarse en algún momento.

Pero por ahora, me permití perderme en la calidez del momento, en la compañía de aquellos que amaba, en la esperanza de que tal vez, solo tal vez, este momento de felicidad pudiera durar para siempre.

Sin embargo dos semanas mas tarde después de una tonelada de sexo en cada parte de la casa y de cada momento juntos, nos dirigimos hacia la casa donde se hospedaban Marcus y Jenny, quienes volverían con nosotros a casa. Casa. Me sentía raro todavía, no tenía casa, sentía que no pertenecía a ningún lado. El palacio era la casa de Alex, había pasado toda su vida ahí, tenía sus mejores y peores recuerdos en ese lugar. Yo me sentía extraña pero me sentía así en todos lados, como si no perteneciera a ninguna parte, como estar viviendo una vida que no era mía, pero fingía.

Fingía emoción de volver hacia ese lugar donde en el momento que pusiéramos un pie dentro de ese bellísimo paisaje, Alex se escurría de mis manos. Tenía un leve sentimiento de molestia ante esto pero seguía pensando que era lo mejor, tenía que mantener mi distancia de él antes de que siguiera cayendo cada vez más por él. No abandonaría a la gente de mi pueblo, ni me desviaba del objetivo que tenía pero cada dia me carcome mas el pensamiento de que si tuviera que elegir entre mi causa y el, dudaba de mi elección. No podía arrastrarlo conmigo porque ya a este punto me importaba demasiado.

El precio del silencio (en proceso de edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora