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Por la mañana se encontraba desayunando cuando bajé hacia la cocina, las náuseas en las últimas semanas no me dejaban ingerir nada más que fruta por la mañana, Max me aseguró que esto era normal pero igualmente pasaría a verme en la semana. Alex me había dado finalmente un teléfono cuando expresé mi preocupación de no tener manera de comunicarme con el médico cuando me quedaba sola y que tenía dudas que necesitaba que el o la obstetra a la que me había derivado me las resolvieran. Le había asegurado que no haría nada estúpido, necesitaba proteger a mi bebe y los rebeldes cada vez se volvían más impacientes y más incontrolables.

—Al menos puedo estar agradecida por la vista —digo con una sonrisa agradeciendo al guardia que se quitaba la remera para seguir con el entrenamiento.

—Ni se te ocurra —dice fulminante a mi lado.

—No voy a hacer nada, aunque debería cambiar el horario de entrenamiento por la tarde, es cuando logro que mis hormonas se relajen.

—Puedes mantenerte alejada de las ventanas —dice sin emoción en su voz.

—Me sirve de material gráfico —digo encogiéndome de hombros y yendo hacia mi habitación, pero no logro pasar del salón cuando toma de mi brazo y me lleva hacia el sofá.

Tira rápidamente de mis pantalones y lo dejo sacarlos sin decir nada. Cuando abre mis piernas bruscamente y lleva sus labios hacia donde más lo necesito, el gemido de frustración sale de mi seguido de uno de puro placer.

—Esto podría servir también —digo desconectando mi cerebro y arañando la base de su cuello, moviéndose sobre mi. Cuando clava sus dientes suavemente me vengo duro perdiendo el control hasta de mi vejiga.

—Mierda, cariño. Si que sabes hacer un desastre —me dice con sus ojos brillando se exitacion mirando hacia el ahora muy mojado sofá.

—Esto y lo de anoche no te asegurará la maldita corona en tu cabeza —me dice una vez que me recupero del orgasmo y me quedo sin respiración—. Y mi hijo en camino es lo único por lo que estás segura ahora.

—Es mi hijo también y puedes quedarte con tu maldita corona, los dos sabemos muy bien que es una absoluta mentira —digo y me dirigo hacia mi habitación.

Escucho el motor de su auto en la entrada. Lo odiaba, odiaba que me excitara tanto, odiaba que me hiciera perder el control y odiaba lo mucho que lo necesitaba.

Max viene para el control semanal con la muy amable obstetra quien se encarga de tranquilizarme diciendo que no mencionara una palabra a nadie de esto; ella se encarga de presentarme también a su hermana que actualmente vivía en el pueblo de costa y que estaba entrenada en caso de que entrara en trabajo de parto. Unos días después grito de sorpresa al ver a Henry en la entrada de la casa, sin pensarlo demasiado salto eufórica a sus brazos y no contengo la emoción cuando me dice que se quedara un tiempo conmigo, con Jenny y Marcus se turnan para hacerme compañía y dejo de lado los pensamientos que me abrumaba sobre nuestra relación, no les quedaba otra que estar conmigo por lo que me olvide de que estaban aquí por orden de Alex y logré abrirme a ellos. Si bien tener a Henry conmigo me hacía sentir menos en soledad encontré un agradable consuelo en Marcus, quien inconscientemente me hacía sentir cerca de él. Jugábamos al ajedrez a diario y me deleitaba con historias sobre mi querido esposo, quien había desaparecido de mi vista. Sabía que continuamente hablaba con Marcus, sin embargo me había cansado de llamar y enviar mensajes las primeras semanas, ahora solo lo hacía una vez al mes cuando tenía la visita de Max y era solo para informarle el estado de nuestro hijo en camino. Cerca del octavo mes, la obstetra me había preguntado amablemente si quería saber el sexo pero no podía hacerlo sin el, sentía que seria injusto aunque el era al que se lo había tragado la tierra. Por lo que le encargue a Jenny que me comprara dos mantas, una de cada color para que el día que naciera esta manta simbolizaría su sexo; igualmente terminaría usando ambas.

La tensión entre las tres personas que convivían conmigo era cada vez más insoportable y cuando interrogué a mi amigo sobre la situación de tensión que tenía con Marcus, me confesó que se debía a que desde que había llegado aquí se acostaba con Jenny. Ambos se acostaban con ella y hasta a veces la compartían por lo que no había ningún tipo de problema ya que todo estaba claro entre los tres. Sin embargo la tensión se debía al paseo que había dado Henry con Marcus donde terminaron literalmente revolcándose en la arena; mi amigo sabía que no solo le atraía Jenny sin embargo Marcus parecía ignorar este sentimiento hasta que la tensión entre ellos fue demasiado y no resistió la tentación, lo cual enojó mucho a Jenny. Ella se sentía traicionada, se habían escabullido de ella para follar a solas, cuando ella normalmente lo hacía con Marcus o con Henry. Decidí no meterme en la relación de ellos, y les tenía tremenda envidia porque se la pasaban follando, cuando yo me tenía que conformar con el recuerdo de las caricias de él.

El precio del silencio (en proceso de edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora