FELIZ NAVIDAD

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A la mañana siguiente desperté con un dolor delicioso en el cuerpo. Tenía los músculos agarrotados de dormir sobre el duro suelo, y me dolió un poco la cadera al desperezarme. Me había acostado
encima del brazo y se me había quedado dormido. También sentía una tensión amortiguada en mis partes íntimas, renovadas tras semanas de inactividad por el vigoroso ejercicio de la noche
anterior. Pero nada de eso me importaba, porque el cálido brazo de Lauren reposaba sobre mi estómago.
Giré la cabeza y me acurruqué junto a su cuello cálido; había extrañado la sensación de despertar junto a ella. Lauren me rodeó la cintura con el brazo y me susurró al oído las palabras que más había echado de menos:

—Buenos días.

Ella inspiró profundamente y se estiró. Me imaginé que estaría igual de dolorida que yo, excepto en sus partes íntimas, quizás. Ese efecto secundario era exclusivo de las mujeres…, pero era un dolor agradable. Como un recordatorio.
Me incliné para besarle en el cuello.

—Buenos días a ti también. — Abrí los ojos y me apoyé sobre el codo. Sonreí al mirar a la mujer medio dormida que tenía a mi lado, y dije muy bajito—: Feliz Navidad, Lauren.

Ella abrió los ojos y extendió la mano para tocarme la cara.

—Feliz Navidad, Camila.

Entrelazó los dedos en mi pelo y me rodeó el cuello. Me estaba atrayendo hacia sus labios cuando la puerta se abrió de golpe. De repente recordé dónde estaba y me quedé paralizada, con los ojos como platos.

—¿Camila? ¿Dónde estás?

Levanté la cabeza al oír la suave voz de Anna. Su abundante cabello estaba recogido en una encantadora coleta alta, y vestía un pijama de camuflaje rosa y verde. Ella se rió al verme salir de mi escondite y se subió a mi ruidosa cama. Apoyó la cabeza sobre las manos, juntó los talones y se puso a mirar nuestro
nidito de amor desde el borde. Volví a tumbarme en brazos de Lauren, y ella dijo con voz alegre:

—Iba a desearte feliz Navidad y preguntar si querías bajar conmigo, pero veo que ya has abierto tu regalo. —Lanzó una sonrisa a Lauren, quien la miraba desde abajo con expresión divertida—. Hola, Lauren. Me alegro de verte.

Ella se rió por lo bajo, sin dejar de
abrazarme con fuerza.

—Hola, Anna. Gracias.

Era evidente que Anna estaba disfrutando del espectáculo con el que se había encontrado aquella mañana, así que suspiré y me apresuré a tapar todo lo posible a Lauren con las mantas para esconderla.

—¿Qué hora es?

Ella me miró con sus ojos de color esmeralda.

—Es la hora del desayuno… Mamá está haciendo huevos.

Me incorporé aferrando la manta contra mi pecho, al mismo tiempo que la quitaba un poco del de Lauren.

—El desayuno… ¿Papá está despierto?

Anna volvió a juntar los talones con picardía.

—Sí. — Señaló a Lauren con el dedo—. Más vale que se vaya de aquí antes de que papá se entere de que no está en el sofá.

De inmediato me puse en acción, empujando a Lauren para que saliera de las mantas. Ella se retorció, resistiéndose a levantarse.

—Relájate, Camila.

Negué con la cabeza y tiré de ella con más fuerza.

—No, Anna tiene razón, mi padre te matará si te encuentra aquí.

Ella hizo un mohín y enarcó una ceja.

—Venga, mujer, ¿qué es lo que va a hacer? ¿Castigarte?

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