COTILLEO

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A la mañana siguiente, me desperté mucho más temprano de lo que quería. Las mariposas de mi estómago me indicaban que acabaría haciendo algo posiblemente vergonzoso ese día. Dejé a un lado la sensación mientras me incorporaba. A diferencia del sueño que acababa de tener, no iba a tropezar delante de toda la clase. No. La única clase de vergüenza que iba a tener era la provocada por caminar por los pasillos con una estrella del rock.
Estaba bastante segura de que Lauren sentiría la necesidad de acompañarme a mi primera clase, como si yo fuera una niña salida de la guardería que iba a su primera
clase en el colegio, pero eso no me parecía mal. Tenerla a mi lado haría que toda la atención se centrase en ella, y a ella no le importaba ser el centro de atención de todo el mundo. Miré a mi alrededor, al dormitorio vacío, y me pregunté dónde estaría la estrella del rock.
Me levanté y me puse la ropa interior antes de robarle una de sus camisetas de su cajón. Noté un olor maravilloso mientras me la
deslizaba por la cabeza, y por un momento pensé en llevarla puesta a la facultad. Mi primera clase del día era Literatura Inglesa, con especial énfasis en el feminismo de principios de siglo, pero seguro que esas escritoras de ideas avanzadas y muertas hacía ya mucho tiempo comprenderían la atracción que suponía la ropa de Lauren Jauregui. Sabía que me había despertado
demasiado pronto, varias horas antes de lo que debía para estar preparada, así que bajé hacia donde probablemente estaría mi novia.

No me sorprendió encontrarla en la cocina, con un aspecto relajado y perfecto, vestida con unos vaqueros gastados y una camiseta de tela ligera. Estaba apoyada en la encimera mientras esperaba a que se hiciera el café. El olor del café se entremezclaba de un modo
maravilloso con el suyo. Sonreí y me dirigí hacia ella mientras me sonreía.
Antes de que me diera tiempo a decir nada, pronunció dos de mis palabras favoritas.

—Buenos días.

Le rodeé la cintura con los brazos y me acomodé sobre su pecho.

—Buenos días.

Seguía siendo demasiado temprano, así que bostecé después de mi saludo matutino. Se echó a reír y me masajeó la espalda.

—No tienes que despertarte conmigo. Puedes dormir hasta que comiencen las clases.

Apoyé la barbilla en su pecho y levanté la mirada hacia su cara. Sus ojos de color verde oscuro parecían completamente descansados, con una expresión intensa y llena de una pasión que simplemente esperaba que la encendieran, justo debajo de la superficie.

—Si tú estás levantada, yo quiero estar levantada. —Fruncí el entrecejo—. ¿Por qué te levantas tan temprano si no tienes que ir a ningún sitio?

Suspiró suavemente y apartó la mirada.

—Digamos que ciertas cosas de mi infancia hacían que me levantara al amanecer. —Volvió a mirarme y se encogió de hombros—. Era mejor que me despertara yo sola a que me despertaran. —Meneó la cabeza antes de volver a hablar—. Supongo que me acostumbré a eso, y ahora no puedo dejar de levantarme muy temprano.

Me mordí el labio. Odiaba lo que le habían hecho siendo tan niña, odiaba que todavía le afectara, tantos años después, incluso una
vez que esos maltratadores hubieran muerto y desaparecido. Noté que su mirada quedaba cargada de nuevo por una melancolía de antaño, y sacudí la cabeza antes de obligarme a sonreír de oreja a oreja.

—Bueno, pues me alegro de que lo hagas. Estas mañanas tranquilas contigo son de los mejores recuerdos que tengo.

Su sonrisa triste se transformó en un gesto de tranquilidad mientras me peinaba el cabello con los dedos.

—A mí me pasa lo mismo —me susurró—. Siempre esperaba impaciente que bajaras a verme. — Se encogió de hombros—. Aunque
sólo fuera por poco tiempo, eso me hacía sentir como si estuviéramos… juntas.

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