PAZ

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Veinte minutos después, llegamos al aparcamiento del apartamento que compartía con Anna. Lauren todavía tenía esa maravillosa sonrisa en los labios mientras apagaba el coche. Comprendí que todavía estaba bajos los efectos de la adrenalina de subir al escenario. Aunque a mí no se me ocurría mayor tortura que ser el centro de atención de cientos de desconocidos, por no hablar de cantar delante de esos mismos desconocidos, a ella todo eso le daba vida. Sonreía de oreja a oreja cuando se sentó a mi lado delante del coche, y tarareaba una de sus canciones. Le devolví la sonrisa y pasé mi brazo por debajo del suyo. No tenía ganas de vivir según su estilo de vida, pero me encantaba disfrutar del efecto que producía en ella. Habíamos sufrido mucho a lo largo de la vida antes de
encontrarnos. Su felicidad actual también me hacía feliz a mí. Prefería ver esa sonrisa de alegría que lágrimas en sus ojos.
Abrió la puerta de un modo teatral y entró en primera en mi pequeño apartamento de dos
dormitorios. Aunque era tan pequeño como la cabeza de un alfiler, tenía una vista espectacular del lago Union. Crucé la puerta y suspiré de cansancio mientras encendía la luz. Me quité el bolso y lo dejé en una mesita mientras Lauren cerraba la puerta. Apenas en unos segundos, tiró de mí y me puso de golpe de espaldas contra la puerta.

Me dio tiempo a jadear un momento, pero eso fue todo. Lauren apretó su cuerpo contra cada centímetro del mío, y sus labios se
abalanzaron hambrientos sobre los míos. Levanté las manos sin pensarlo y enredé los dedos entre sus largos mechones de cabello.
Noté que el corazón se me aceleraba tanto que por un momento pensé que me desmayaría y me desplomaría en el suelo. Sin embargo, la forma en la que me agarraba con firmeza lo hubiera impedido. Apretaba todo el cuerpo desde su pecho, su abdomen
cincelado hasta sus sensuales caderas contra mí, con tanta fuerza que parecía desear estar todavía más cerca de mí.
El calor que sentía por todo el cuerpo se hizo más intenso, y el deseo que sentía por ella arrasó cualquier otro pensamiento. Mis
jadeos se hicieron más rápidos. Su respiración también se aceleró entre los besos hambrientos que nos dábamos mientras nuestras lenguas se movían ágiles de un lado a otro. Luego bajó una mano por mi trasero, la deslizó por el muslo y se detuvo en la parte posterior de la rodilla. Nos movió un poco a las dos, tiró de mi pierna y me la ajustó a la altura de su cadera. Una vez alineadas a la perfección, su cuerpo excitado se apretó de nuevo contra el mío, justo donde necesitaba que estuviera.
Gemí y le tiré con fuerza del cabello para pegarle los labios a los suyos. De su garganta surgió un gruñido sensual que le recorrió
todo el cuerpo mientras nuestras bocas se fundían con pasión. Eso avivó todavía más el fuego que me abrasaba hasta llevarme a un punto de ebullición. La necesitaba. Por completo. Ya. Arqueé la espalda contra la
puerta y me aparté de su maravillosa boca.

-Lauren... -logré gemir. Me alegré inmediatamente de que mi hermana no estuviera en casa-. El dormitorio...

Bajó los labios por mi garganta y paseó la lengua por todas las zonas erógenas en el camino. Gemí una vez más, y froté el cuerpo contra el suyo en un intento por disminuir de algún modo la ansiedad. Soltó una breve risa mientras me recorría la clavícula con la punta de la lengua.
Estaba disfrutando del momento, disfrutaba de hacerme sufrir de ese modo. Le puse las manos en los hombros y la empujé hacia atrás para mirarle con el entrecejo fruncido. Me miró y alzó una ceja, y la comisura del labio de ese lado de la cara también se elevó en un movimiento paralelo. Era increíblemente atractiva, y más aún con el deseo que le ardía en la mirada. Nadie ponía ojos de alcoba como Lauren.
De repente, su actitud cambió por completo. Sonrió con gesto de travesura y me soltó la pierna que me había subido hasta la cadera.
Inclinó la cabeza hacia un lado y dio un paso atrás para contemplar mis esfuerzos por volver a respirar con normalidad.

-¿Vas a venir por fin a vivir conmigo? -me preguntó mientras volvía a trazar con el dedo la línea que había recorrido con la lengua.

Parpadeé ante aquel repentino cambio de tema. Me costó pensar mientras me esforzaba por contener el impulso de llevarla a empujones hasta la sala de estar y tirármela en el espantoso sofá de color naranja. Estaba casi segura de que ella se
dejaría. Me pregunté si de verdad me había pedido que viviéramos juntas otra vez, y di un paso lateral para apartarme un poco. También era un paso hacia el comedor, y
hacia el dormitorio, y el deseo volvió a brillar un poco en su mirada.
Sonrió con malicia y señaló con un gesto del mentón en esa dirección.

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