Siempre me sorprendía la rapidez con la que Lauren era capaz de hacerme cambiar de humor. En un momento dado, estaba segura de que había cometido un error y que lo nuestro no funcionaría y, al momento siguiente, me levantaba con languidez de la cama, a su lado, y con una sonrisa satisfecha y cándida, pensando que todo iba y estaba bien en el mundo.
Así me sentía mientras le daba un último beso antes de entrar en el cuarto de baño para arreglarme e ir al trabajo. Saqué la plancha rizadora y le hice sitio en la
estantería en la que los productos de belleza de mi hermana parecían multiplicarse. Escuché tararear a Lauren en mi dormitorio. Era un sonido tranquilizador, y vi en el espejo que mi sonrisa boba se ensanchaba.
Meneé la cabeza por el aspecto de mi cabello, que indicaba claramente que acababa de tener sexo, y comencé a cepillarme con fuerza. Lauren era así de particular. Podía estropearlo todo, o podía hacer que todo saliera a la
perfección. Candy estaba intentando
interferir porque era la clase de arpía celosa que yo me esforzaba en
no ser. Ya la había oído fanfarronear
delante de otros estudiantes diciendo que salía con una estrella del rock. Aunque yo a veces deseaba que no fuera así, a ella le encantaba que ella tuviera esa especie de fama en la universidad.
Ella quería más de esa fama. Estaba segura de que se había liado con ella
para que su nombre se relacionara con el de Lauren. Me repugnaba que hubiera gente tan obsesionada por conseguir sus quince minutos de fama. A mí, la fama sólo me complicaba la vida. Todo sería
mucho más sencillo si nadie supiera
quién era ella.
Volví al dormitorio después de arreglarme el maquillaje y de peinarme el cabello y recogérmelo en una cola de caballo funcional pero bonita. Lauren se había puesto cómoda en el enorme colchón que ocupaba la mayor parte de mi pequeño dormitorio.
Estaba recostada contra las almohadas y se frotaba entre sí los pies cubiertos con calcetines. Estaba vestida de nuevo, y leía una de mis novelas románticas con una leve sonrisa de diversión en la cara.
Le eché un vistazo a la portada en la que se veía un individuo musculoso y bronceado que abrazaba contra su pecho a una mujer sin apenas ropa. Sacudí la
cabeza.—¿Qué haces?
No me miró, pero su sonrisa se hizo más amplia.
—Leo tu porno.
Le di una palmada en los pies al pasar a su lado y le bufé.
—Eso no es porno. Es un libro romántico.
Lauren soltó otro bufido y me miró.
—¿De verdad?.
Bajó la mirada al libro y comenzó a leer un párrafo:
«Ella jadeó contra su boca cuando él rozó la erección contra su piel. Él gimió cuando el deseo de ella lo inundó. Estaban preparados para estar juntos, libres de culpabilidad y remordimientos… por fin. Lo rodeó con las piernas y lo guió con las caderas hasta colocarlo donde debía estar. Cuando notó que la punta de su propio ser se apretaba contra su entrada, la oyó gemir: “Quiero que te entierres dentro de mí, quiero que me consumas”».
Me sonrojé por completo al recordar la parte que había leído. Era una escena bastante sensual, y solía excitarme un poco. El modo en el que la había leído era tan sensual… Me avergonzó que
tuviera razón hasta cierto punto, y le quité el libro para meterlo en un cajón de la cómoda. Estaba segura de que la próxima vez que lo leyera, oiría la voz sensual de Lauren en la cabeza. Sólo pensarlo me dio escalofríos. Me miró con sonrisa aviesa.—¿Lo ves? Porno… —Se inclinó hacia mí—. Y porno del duro. —Señaló el cajón donde había guardado el libro—. No me
importaría probar…Noté las mejillas ardiendo. Le tiré del brazo para interrumpirle y hacer que se levantara.
—Ponte ya los zapatos, que tenemos que irnos.