Capítulo 4. Ayla y la magia más poderosa

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Los cálidos rayos radiantes del sol entraron por el grandioso ventanal enorme de mi torre de Griffindor; y yo me desperté delicadamente. Me quité mi piyama de camisón de seda de aterciopelado, y miré la fantástica sotana que Dambilimor me había regalado, la cual estaba puesta sobre un maniquí y relucía ahora como una luna, reflejando los rayos del sol, como una metáfora, todo ello pero real.

Me maquillé los preciosos ojos con sombra de ojos de color rubí y rímel que hizo que se viesen como de largas eran mis pestañas en verdad, sin extensiones ni falsedades, y intenté oscurecer un poco mi blanquísima piel de porcelana, pero fue imposible, siempre parecería que relucía como la luna, y era inevitable, y todas las morenitas tendrían celos, pero así debía ser.

Vestí el vestido de magia y coloqué en mi cabello la preciosa tiara de ribies que mi madre me había dejado en herencia, y me puse un pintalabios muy rojo, casi tan rojo como mis ojos escarlatas, y me fui al primer periodo.

Me senté de primera en el aula, y allí esperé; bien sentada, con la espalda recta y las piernas juntas, a que llegase la maestra. Fueron llegando los otros alumnos, y algunas me inventaban chismes y se burlaban de mi piel de mármol puro, y cabellos de plata, pero yo ni caso les hice; no meresen.

Entonces, llegó Harry y me puse muy feliz, pero detrás de él vinieron Ron y Hermainy, y ya no supe si podría hablar con él, o si se lo volverían a llevar de mi lado sin importarles.

—¡Hola, bella Ayla! Me alegra mucho que te seleccionases para Griffindor conmigo, y no al malvado Slithering.

Yo me callé y seguí mirando al frente, pues si no va a desidir a quién le quiere hacer caso en verdad, ¿para qué molestarse?

—Ayla, háblame, por favor. No puedo vivir este infierno si tú no me comprendes y compartes tus pensamientos tan sabios, y buenos consejos, que todos sabrán si son tus amigos.

Pero yo continué firme, con todo mi dolor, porque también era por su bien.

—¡Eh, Harry! Yo y Hermainy te encontramos un sitio acá atrás con nosotros para pasar juntos las clases y reír y estudiar juntos —interrumpió Ron.

Harry se levantó, y miró a ambos lados, no sabiendo decidir, y yo seguí mirando al frente sin darle palabra, tan quieta y hermosa como una estatua de mármol pulida por Michelangelo.

—Yo... yo... decido... ¡a Ayla!

Un gran calor revivió mi triste corazón deprimido que había estado helado de tristeza y depresión desde la muerte de mis padres, y por fin sentí lo que era la felicidad junto a un ser amado.

—¡Oh, Harry! Sabía que harías lo correcto.

—Hoy y siempre, Ayla. Yo... desde el primer momento que te vi, yo...

Pero justo entonces, llegó Draco y preguntó si el asiento a mi lado esta estaba libre.

—Hola, Potter, mi enemigo y la bella Ayla, ¿está libre este asiento?

—Sí, claro, puede ser...

—¡NOOOO! —gritó Harry bien macho, y se interpuso entre nosotros.

—No te dejaré acercarte a ella, es mía, ¿me oyes? Aléjate con tus dineros y tus papás ricos y actitudes sin verguensa. ¿Qué no te fuiste llorando como niñita ayer a las mazmorras cuando Ayla se fue para Griffindor, sin quedarte a seleccionarte tú siquiera? ¿Ahora pretendes una segunda oportunidad, Malfoy?

—Ayla no es tuya, ¿a poco tiene un anillo en el dedo? Yo me siento donde se me da la real, que para eso mi papá es jefe del Ministerio de Magos, y con nuestros impuestos se compraron estas sillas.

La novia mágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora