Fuego de dragón

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Aemond respingó en su cama, abriendo sus ojos de par en par con la respiración agitada, sujetándose con fuerza de las sábanas y reprimiendo a tiempo un gemido que amenazó con escapársele de los labios. Los latidos de su corazón llegaron a sus oídos, sintiéndolos como martillazos que anunciaban delatores las sensaciones recorriendo todavía su cuerpo. De inmediato frunció su ceño, gruñéndose a sí mismo al darse vuelta para quedar sobre un costado, cubriéndose mejor con sus sábanas y maldiciendo el nombre del culpable de su estado.

Lucerys Velaryon.

Sus cortejos seguían al pie de la letra según la etiqueta, no podía quejarse de lo singulares de sus regalos y atenciones, tampoco que el príncipe estaba siendo caballeroso, un tanto para no ganarse problemas, otro porque Vhagar nunca dejaba de vigilarlos. Una tarde, Lucerys lo encontró escribiendo muy concentrado en una libreta ideas que habían venido a su mente ahora que tenía acceso a la biblioteca Velaryon, sobre su Compañía Verde, la cual estaba siendo cuidada por Lord Martell. Quería mejorarla, tenía el permiso de Rhaenys para visitar al Dorniense y continuar con sus negocios, siempre en compañía de su dama.

—Hey, ¿qué tanto escribes?

No quiso ser grosero, cerrando de golpe el cuaderno con algo de recelo, notando el desencanto en el Alfa por ese rechazo. Aemond se sintió mal, apretando sus labios y abriendo de nuevo para mostrarle con cierto nerviosismo. Fuera de Shuran Martell y Aegon, nadie más había leído sus locas ideas de negocios. Lucerys leyó todo con cejas levantadas, luego mirándolo asombrado.

—Esto es asombroso, Aemond. ¿De qué es? Se nota que pertenece a algo ya avanzado.

—Solo... solo son ideas para mi compañía.

—Oh, la que tienes con ese Alfa Dorniense.

—Somos socios, ya te expliqué.

—Lo sé —Lucerys torció la boca, apestando a celos, repasando las hojas— Deberías ser Ministro de Economía.

—Gracias, no —Aemond iba a decir algo más, callando enseguida, sus dedos jugueteando con la pluma— ¿Y bien? ¿Qué piensas?

—Creo que deberías escribir un libro al respecto.

—No te burles.

—Lo digo en serio.

—¿Le cambiarías algo? ¿Crees que todo está bien planteado?

—Mm, más bien diría que podrías agregar más cosas, por ejemplo, las rutas de navegación.

—Sería competir con la flota Velaryon.

—No necesariamente, te lo dibujaré porque yo no soy bueno escribiendo.

Así pasaron toda la tarde y buenas horas de la noche discutiendo y planeando. Lucerys le ayudó a mejorar sus ideas, enseñándole sobre lo que él sabía entre la academia y el manejo de la flota que ya tenía en su poder. Aemond terminó más que contento con sus nuevos apuntes, puliéndolos en los días siguientes con su prometido revisando para cerciorarse de que no contuvieran errores. Tener ese respaldo, que fuese Lucerys tan servicial cambió algo en él, sin percatarse, por supuesto.

La Casa de la AlegríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora