Dragón esmeralda

226 31 4
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


***********


Sus primeros días en el palacio no fueron tan malos, prácticamente se mantuvo dentro de sus aposentos para no hacer el ridículo de perderse, pues aquella cosa era inmensa y tenía pasillos por donde quiera además de habitaciones interconectadas. Aemond conoció a las nietas de Rhaenys, descendientes nada más y nada menos que de su hija fallecida Laena con Daemon Targaryen, su infame padre. Fue presentado en el desayuno, sentándose a la mesa junto a ellas en el jardín donde su abuela gustaba tomar sus alimentos a primera hora. Baela le pareció distante, con ese orgullo de llevar sangre real como su abuela, Rhaena en cambio, le agradó más, fue más cordial y curiosa de solo saber que iba a casarse con Lucerys.

—Espero podamos llevarnos bien, no dudes en visitarme si tienes alguna duda o necesitas algo.

—Trataré de hacerlo, Alteza, si es que no me pierdo.

Rhaena rió, palmeando su mano. —Te entiendo.

Una mañana, Aemond despertó sobresaltado por una voz de general dando órdenes a sus doncellas, Enya vuelta loca de un lado para otro, todos con la cabeza baja ante la alta mujer de vestido verde oscuro y cabellos blancos de mayor edad que la Dama Meleys, cuyos ojos de ámbar se posaron en él cuando lo vio sentado en la cama desconcertado ante el barullo.

—Alteza, buenos días, soy la Dama Vhagar, estaré con usted a partir de este momento.

Iba a preguntar para qué él necesitaba una dama así, pero enseguida vino su respuesta al ver cómo ella ponía orden y claramente estaba mostrándole cómo debía ser atendido, su rutina de todos los días con una ferocidad mayor a la que la Dama Meleys había mostrado. Salió de la cama, apoyándose en la mano de Vhagar pese a poder hacerlo solo, eso ya lo tenía aprendido, siempre debía hacer eso como si fuese un discapacitado.

—Al baño.

—¿Usted...? —una ceja arqueada con una mirada que no aceptaba un no por respuesta lo calló, apretando sus labios.

Por supuesto que ella iba a inspeccionar toda su persona mientras lo bañaba, su deber como su Dama de Confianza era precisamente asegurarse de que estaba en perfectas condiciones. Y todavía más como Aemond lo descubriría.

—Pero esas no son mis ropas...

—Eran temporales, ha llegado el nuevo guardarropa, más conveniente para su persona.

—¿Conveniente?

Vhagar arqueó de nuevo su ceja. —Su Alteza es un Omega virgen, le corresponden ciertos trajes y arreglos.

—¿Es en serio? —Aemond jadeó ofendido con un ligerísimo sonrojo por el tema, callando de nuevo aguantando un gruñido.

Casi todos los vestidos eran blancos o en un color similar, algunos eran azules de la casa, además de un número estúpido de sombreros, guantes, sombrillas, y quien sabe qué más cosas que sintió no venían al caso, jamás las había usado. Vhagar le explicó esa otra etiqueta de cambiarse durante el día, había una ropa para el desayuno y almuerzo, otra para la cena, otra más por si salía, una muda diferente por si deseaba montar. Era como si por cada actividad tuviera que cambiarse.

La Casa de la AlegríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora