Sangre Valyria

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Había demasiada sangre.


Aemond jamás había visto tanta sangre, menos provenir de Lucerys.


Gritó.



La risa de Daemon retumbó en su oído, pateándolo en un esfuerzo por liberarse de sus manos, escuchando los gruñidos y jadeos de dos Alfas no muy lejos peleando. Aquel pelirrojo no dejaba de atacar a su prometido, este respondiendo con puñetazos, ambos rodando en el suelo. Una mano trató de callarlo, mordiendo salvajemente esos dedos y dando un cabezazo que le permitió alejarse de esas cajas, cayendo al suelo donde recibió una lluvia de patadas por la furia de Daemon al ser herido. Huesos rotos, estuvo seguro de que tuvo huesos rotos en esos momentos. Miró a ese maldito hombre al ser azotado varias veces contra el piso, recibiendo golpes en su rostro al retorcerse entre rodillazos al seguir con las manos atadas tras la espalda.

Un empellón lo dejó quieto, escupiendo sangre viendo todo demasiado borroso, el aroma de sangre continuaba llegando a su nariz, feromonas Alfa peleando por el dominio. Daemon sujetó sus cabellos, girándolo al ponerlo boca abajo, separando sus piernas y obligándolo a ver el momento en que el pelirrojo cortó el rostro de Lucerys, sus caderas siendo ligeramente levantadas, el sabor de la sangre se combinó con sus lágrimas, llamando al príncipe. Un milagro, todo lo que quería era un milagro. Un silbido, luego su tío aulló, soltándolo para llevarse una mano a un hombro.

Aemond levantó su mirada, no veía de un ojo por lo hinchado, pero alcanzó a distinguir la inigualable silueta de Vhagar. No estaba sola, alguien más venía con ella, saltándole encima al Alfa de cabellos de fuego. Lloró más, aterrado y aliviado, tan solo arrastrándose como deseando alcanzarla. Daemon pasó por encima, trayendo consigo una espada, algo que no pudo competir con el arma de Vhagar ni tampoco con dos armas que ya no pudo distinguir, el mareo entre las heridas y la pérdida de sangre estaban llevándoselo. Hubo peleas, maldiciones, luego un silencio que siguió a la voz de su dama dando órdenes, acercándose a él. Una mano maternal sujetó su rostro, liberando sus manos, abriendo sus ojos para verla.

—V-Vhagar...

—Sshh, estás a salvo.

—Lucerys... por favor...

—Resiste, viene la ayuda.

Cuando despertó estaba en una camilla de hospital con un espantoso dolor por todo el cuerpo que no le respondió, la boca sabiéndole a medicamentos y los rostros de su familia rodeándolo. Quiso mantenerse ecuánime, sereno, pero en cuanto Aegon apareció, no pudo más, rompiendo a llorar asustado de muerte. En su mente seguían apareciendo los recuerdos de Lucerys siendo acuchillado sin parar, golpeado por manos asesinas pese a dar pelea singular, todo porque intentó detener a Daemon, sin importarle el daño que le hicieran. Se sintió cual monstruo, lamentándose sus acciones, el ser tan mal Omega, ahora había alguien entre la vida y la muerte por su culpa.

La Casa de la AlegríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora