Casa de muñecas

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—Sara, no debiste venir en tu estado.

—No pienso abandonarte en estos momentos, Helly.

Nadie sabía dónde estaba Aegon, había sangre y cuerpos que la policía buscaba identificar, Helaena no quería llorar pese a tener muchas ganas de hacerlo. Su hermano no estaba muerto, se repetía en su mente, tenía una suerte envidiable para los infortunios, iban a encontrarlo. Lord Hightower ya estaba buscándolo, dejando a Forja con ellos y Lord Stark quien llegó para protegerlos mientras daban con el paradero de su hermano mayor luego de aquel ataque al teatro que terminó en tragedia para muchos. Criston Cole se había salvado por nada, pero estaba en el hospital e inconsciente, así que no tenían quién dijera algo sobre el mayor de los hermanos.

—Lady Sara, un té.

—Gracias, Forja.

—No entiendo —Helaena sacudió su cabeza— ¿Por qué? ¿Por qué tienen que hacernos daño de esta forma?

—Tranquila, querida, vamos a arreglarlo.

—¿Daeron?

—Ya está durmiendo al fin, señorita.

Sería casi al amanecer que su tío regresaría sin noticias todavía, pero al menos con cierto alivio pues Aegon no se contaba ni entre los heridos ni los muertos. Debía estar vivo o escondiéndose como lo sugirió Cregan, volverían a verlo cuando el peligro hubiera pasado. Era una lástima el no poder adjudicar ese incidente a Daemon Targaryen, no había ni una sola evidencia que lo vinculara, de hecho, Gwayne solo tenía un informe de la policía sobre unos tipos persiguiendo a la compañía de La Calle de Seda incluso en caballos, pero eso lucía más como una venganza entre teatros callejeros que otra cosa.

—¿Necesitas algo, cariño? —preguntó Cregan, al verla tan inquieta.

—Aemond, debe enterarse, quizás pueda ayudarnos.

—Veré que puedo hacer.

—Gracias.

Estaban almorzando cuando llegó un telegrama para Lord Hightower quien lo leyó extrañado por el remitente aparentemente lejano. Daeron y ella no perdieron detalle de su expresión que pasó de la consternación a la ofensa en un parpadeo antes de terminar en alivio, mirándolos con cierta sorpresa.

—Aegon está bien, está a salvo... en Harrenhal.

—¿Harrenhal? —Daeron abrió sus ojos— ¡Eso es lejísimos! Tuvo que abordar un tren para eso. ¿Cómo lo hizo?

—La pregunta más bien sería ¿quién lo ayudó? Este telegrama lo ha enviado Su Alteza Real, Jacaerys Velaryon.

Hubo un muy largo silencio en el que asimilaron semejante revelación, Forja rompió ese mutis con una risita, tosiendo luego para volver a la seriedad.

La Casa de la AlegríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora