Solo una soñadora

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Cregan le dijo que a veces todo lo que alguien necesitaba era compañía, nada más, y en eso Helaena era muy buena.


No tenía las palabras exactas que consolaran a su hermano Aemond, pero sí podía sostener su mano y cuidarlo mientras se recuperaba en el hospital. Podía sonreírle para tranquilizarlo cuando despertaba asustado huyendo de su agresor, abrazarlo acurrucado en su hombro mientras el sueño le vencía o mimarlo para que aceptara alimentos. Los médicos tenían buen pronóstico de su recuperación física, era su corazón donde tardaría más en sanar, pero Helaena podía ayudarlo con eso, como en los viejos tiempos.

Lord Hightower también estaba presente, si bien luego se ausentaba porque él no iba a dejarlo pasar, presionando a la policía para que investigaran a los que habían secuestrado a su sobrino y supieran quién había dado la orden de hacerlo. Helaena estaba segura de que su tío lograría meter en aprietos a Daemon de esa forma, porque estaba frente al mejor abogado del mundo, alguien conocido en los tribunales y reconocido por ser de los Alfas más honrados en ese ramo. Si Gwayne quería justicia, la iba a obtener.

Aegon fue el que desapareció, pero lo hizo buscando su propia venganza, ahí nada ella podía hacer, si su hermano mayor quería montar todo un carnaval nada en el mundo iba a detenerlo. Solo esperó que no saliera lastimado de semejante idea. Le consoló que ahora también estaba acompañado, igual que Daeron se encontraba a salvo en el palacio de la reina. De cierta forma, ya no estaban tan vulnerables, de modo que podía concentrarse en cuidar de Aemond sin angustiarse de no tener alguien cuidando sus espaldas.

—Vamos, otro poco más —sonrió ella, alimentando a su hermano cual cachorrito.

Tenía la sospecha de que Aemond necesitaba ver a Lucerys, esa intranquilidad en su hermano no provenía de las pesadillas ni las heridas, no saber qué era del príncipe lo mantenía en vigilia. Solo que aún no podía salir de la camilla, esos huesos rotos necesitaban unos días más para recuperarse. Vhagar era genial, no hablaba casi nada, más estaba siempre lista y con todo lo que su protegido requiriera incluso antes de pedirlo. Helaena se preguntó si había sido porque esa dama estuvo cuidando a Laena Velaryon, quien pasó días en el hospital antes de morir.

—¿Forja?

—Ordene, señorita.

—¿Cómo está Lucerys?

—Sigue igual, sin cambio.

—Oh, que triste.

—Si me permite la sugerencia, escuchar al señorito Aemond podría ser la diferencia.

—Yo también lo he pensado.

—Permítame arreglar eso.

—No sé qué sería de nosotros sin ti, Forja.

La Casa de la AlegríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora