XI

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El sol había salido desde hace unas buenas horas en la isla de Mykonos, encontrándose absolutamente tranquila como no lo había estado en días. La calma se había vuelto tan placentera y no fue hasta que la luz del sol llegó de forma directa e insistente sobre el apacible rostro de Mu, que este empezó a arrugar los parpados que pedían a gritos unos minutos más de ese hermoso y anhelado descanso que no había tenido en un par de días. Su plan era seguir en la cama, pero la ardiente sensación del calor solar había terminado por despertarlo por completo aún sin querer. Perezoso como nunca antes había estado, estiró su cuerpo solo para ser detenido abruptamente por el dolor que le invadía desde el cuello hasta las piernas. Mu se contrajo en un bollo entre las ligeras sábanas, viniéndole de golpe todo lo que había ocurrido la noche anterior y no pudo evitar sentirse avergonzado por lo que habían hecho. No recordaba cuando había sido la última vez en que había tenido tanta acción en una misma noche y si alguien le habría dicho que podría ser así de intenso en la intimidad, lo habría golpeado por blasfemarlo.

Movió poco a poco cada una de sus extremidades, ni en sus peores entrenamientos en el gimnasio había terminado tan adolorido como ahora; sin embargo, tampoco había recordado sentirse tan bien como lo hacía ahora. Se giró sobre la cama sintiendo una fuerte punzada en la parte baja de su cuerpo, viendo el espacio de la cama junto a él, vacío. Bostezó un par de veces, aún adormilado por la falta de sueño, había caído rendido cerca de las cinco de la madrugada. Eso, sumado a no haber pegado un ojo la noche anterior, le había hecho dormir tan profundamente como un lirón y si no hubiera sido por el molesto sol de la mañana, de seguro hubiera pasado de largo hasta después del mediodía.

Tomó su celular desde el mueble al lado de su cama y miró la hora. Según su reloj, ya eran las diez y veinte de la mañana. Seguro que Saga ya se había adelantado a desayunar, imaginó que intentó despertarlo, pero él cuando dormía profundamente, no despertaba aun si el mismo cielo se estuviera cayendo y Saga, por lo visto durante todos estos días, era alguien estrictamente madrugador y de sueño ligero.

Se levantó con los párpados aun pesándole sobre sus ojos que ardían de cansancio y se fue arrastrando los pies hasta el baño, quizás si se daba una ducha y algo de prisa seguramente alcanzaría a Saga en el restorán. El agua fría le recorrió el cuerpo adolorido, dejándose estar bajo el agua por unos buenos minutos. Cuando se sintió más despierto, se empezó a tallar el cuerpo, notando sorprendido como en sus brazos aparecían pequeñas marcas rojizas y otras aún más oscuras y grandes recorriéndole. Pasó la mirada desde el torso hacia abajo, descubriendo otras más adornando sobre su pecho, estómago y piernas, claras marcas que había dejado el griego mientras lo besaba. Se estremeció ante tal recuerdo y se apresuró en bañarse antes de empezar a sumergirse en esos ardientes pensamientos.

Se envolvió una toalla alrededor de la cintura y se fue directo a lavarse los dientes con el cabello goteándole por la espalda. En el espejo podía ver mucho mejor que no solo eran manchas rojas las que adornaban su piel, sino que había además unas marcas peculiares que no había notado antes. suspiró sonriendo mientras cepillaba sus dientes, viendo su reflejo en el espejo. Se inclinó para enjuagarse dejando su cepillo en aquel vaso transparente cuando algo llamó su atención y empezó a mirar todo detenidamente. El cepillo de Saga no se encontraba por ninguna parte, ni tampoco los útiles de aseo. Se limpió y salió del baño para darle un escaneo rápido a la habitación, ahí donde descansaban su maleta y sus zapatos, estos tampoco estaban. Revisó rápidamente el armario que compartían para encontrarlo completamente vacío.

Una sensación de terror se anidó en su pecho dolorosamente; sin embargo, no se dejaría llevar por esos horribles pensamientos que llegaban a su cerebro de manera amenazante. Se vistió lo más rápido que pudo y salió con prisa de la habitación, bajó al restorán, sin encontrar rastros del griego, pasó por la terraza sin resultados, por último, fue a recepción con el corazón latiéndole fuertemente preocupado de que sus sospechas a estas alturas fueran ciertas, preguntando si lo habían visto.

Mentiras a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora