I

316 19 70
                                    

Estaba frio como la nieve a pesar de estar a fines de Junio, se imaginaba lo pálido que debía estar y como no, si la conmoción se lo estaba comiendo vivo y eso era decir mucho. Él nunca había sido una persona que se sorprendiera o se impacientara por cualquier cosa, él solía mantener la calma en todo momento, incluso en las peores situaciones. Siempre había sido racional, siempre pensaba todo antes de decir o hacer cualquier cosa, la psiquis humana es bastante fácil de perturbar y una mente perturbada no puede reaccionar correctamente, era lo que siempre solía decirle a su círculo social cada vez que cuestionaban su aparentemente perfecta serenidad. No, la exageración no estaba en su conducta biológica.

O eso era lo que él creía.

Había estado cerca de quince minutos dando vueltas de un lado a otro en el vestíbulo de su casa, jugando con sus dedos por delante de su estómago, inhalando y exhalando exageradamente intentando contener los nervios, las ansias y las ganas de darse media vuelta y encerrarse en su habitación por los siguientes siete días, pero no podía hacer eso, tenía demasiado que perder. Miró su reloj de pulsera, faltaban unos diez minutos para que el taxi llegara a recogerlo y con solo pensarlo el nudo en su estómago crecía junto con su incapacidad de mantenerse tranquilo.

Y es que esto no debió haber sucedido en primer lugar. Él podría estar en estos momentos preparándose como corresponde para su primera exposición en el Hotel más prestigioso de Athenas o estaría con Hamal quien estaría recorriendo la casa con su juguete ruidoso en el hocico, exigiéndole un poco de su atención como lo hacía cada día mientras él intentaba ver la televisión, o bien, trabajaba, pero en vez de eso él estaba a punto de abordar un barco con destino a Mykonos. Y no es que la idea en sí de ir a descansar a una de las islas más bellas de Grecia supusiera ser una experiencia horrenda para él, claro que no, al contrario, si fuera por vacaciones estaría más que encantado por ir.

El sonido del timbre lo hizo sobresaltar de una forma vergonzosa y sin querer le dio un vistazo al espejo que estaba enganchado en la pared del recibidor. En el, su aspecto casi demacrado se asomaba dando una muy mala imagen. No había dormido nada, así que no era de extrañarse de que sus ojeras oscuras, provocadas por sus nervios, destacaran contra la palidez de su piel. Tomó sus llaves de la pequeña mesita debajo del espejo que estaba adornado con algunos budas, rosarios y velas pequeñas, ignorando esta vez por completo su reflejo, debía recordar quitar el espejo de ahí al volver. Tomó también su maleta que estaba casi olvidada cerca de la puerta junto a su bolso de mano.

Inhaló profundo y abrió la puerta de entrada.

Afuera un hombre enfundado en una camisa gris y jeans lo esperaba.

-¿Mu Paudel? -preguntó sonriente. Mu sin poder siquiera abrir la boca por miedo a vomitar asintió varias veces. Le entregó su maleta al chofer y se dirigió al taxi negro brillante, se metió con cuidado y cerró la puerta.

El camino fue silencioso excepto por el tenue sonido de la radio el cual tocaba un especial de Sam Smith.

-Esto no puede ser más deprimente- pensó, aunque deprimente era lo que estaba a punto de hacer desde el momento que pusiera un pie en el ferry y lo que durara la semana, pero ya no había vuelta atrás, solo esperaba que los días pasaran rápidamente y nadie notara su presencia y la de su compañía. Aun a sabiendas que sería casi imposible que eso ocurriera.

Se pasó una de sus manos por la frente intentando quitar los mechones lilas y a su vez intentando de comprender aún como era que las cosas se habían dado de esta manera. Habían sido hace unos cinco meses atrás cuando a su puerta había llegado la carta, no una de recibos, ni deudas, ni ofertas, sino una invitación.

En el remitente estaba el nombre de uno de sus mejores amigos y en el interior la invitación a participar en la ceremonia nupcial con su prometido. Al principio había sido una buena noticia, su amigo hindú quien había conocido en la universidad se había comprometido en matrimonio con su novio griego Aioria. Shaka era un alumno de intercambio igual que él, quienes en circunstancias extrañas de la vida se habían vuelto buenos amigos. Al graduarse de la universidad el hindú volvió a su país junto con Aioria y se comunicaban a través de correos electrónicos, llamadas y chats. Por lo que obviamente no podía estar más feliz por su amigo, quien había dado un gran paso y que podía asegurar era absolutamente feliz.

Mentiras a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora