XII

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Para Saga todo parecía ser un mal sueño. Colgó la llamada del médico quien había realizado la cirugía a Kanon, algo se había complicado en medio del procedimiento y necesitaban que fuera de inmediato al hospital. Estuvo varios minutos sentado en el borde de la cama intentando despertar de esta horrible pesadilla y cuando hubo asimilado la situación, se levantó para cambiarse lo más rápido posible. Miró su celular para ver la hora, y había alcanzado a ver que eran las seis de la madrugada cuando su celular se apagó, maldiciendo su mala suerte.

Apurado, comenzó a guardar todas sus cosas del armario; se cambió la ropa por una limpia, pasó al baño por sus útiles de aseo, recogió toda su ropa, juntó sus zapatos y guardó como pudo todo en la maleta que traía. Podía sentir como sudaba frío y como el corazón latía rápidamente, estaba tan angustiado que en su mente lo único que pasaban eran ideas, cada una más siniestras que otras. Agitó su cabeza eliminando esos malos pensamientos, no podía perder a Kanon, no lo permitiría. Se giró en dirección donde estaba Mu, aquel ser que dormía plácidamente ajeno a todo. Se acercó a él con la intención de despertarlo, dando pequeñas palmadas en su mejilla que aún mantenía ese adorable color rosa. Intentó remecerlo de los hombros, pero aun con todo eso no tuvo nada de éxito. Miró su celular otra vez, dándose cuenta de que era inútil y ya estaba contra el tiempo, tenía que llegar al puerto y tomar el primer ferry, pero no podía irse sin darle explicaciones a Mu.

Del velador que estaba al lado de la cama, sacó un folleto que el hotel dejaba en cada habitación, lo giró usando la parte donde no había ilustraciones y con un lápiz que había en el cajón, se dedicó los últimos minutos que le quedaban para escribir una nota, con letra atropellada escribió como pudo una pequeña frase. El lápiz cayó al suelo al terminar de escribir, lo que sería, su forma de disculparse por haberse ido antes de tiempo. Dejó el folleto doblado sobre el velador, esperanzado en que, al despertar, Mu viera la nota que había dejado para él, deseando poder verlo dentro de poco. Dio un último vistazo a la persona que dormía profundamente, aquella con quien hace tan solo algunas horas atrás habían deshecho la cama entre acciones demasiado intensas.

Tomó su maleta, guardó su celular descargado en el bolsillo y salió del lugar rápidamente sin saber que, al momento de cerrar la puerta, una pequeña brisa que venía de la ventana, que Mu siempre dejaba abierta, había volado la pequeña nota deslizándola hasta llegar debajo del velador.

Apenas llegó a la recepción dejó la tarjeta en la mesa y se marchó sin escuchar las palabras de la recepcionista, yéndose directo a la salida del hotel tomando el primer taxi que encontró para irse directo al puerto. Cuando llegó, le pagó al taxista y se bajó rápidamente para irse directo a la boletería, donde compró un boleto hacia Athenas. Miró el reloj de la boletería, el ferry saldría en veinte minutos. Se fue en dirección al embarque, entregando su boleto con el corazón apretado, tenía un mal presentimiento, pero no quería pensar en malos escenarios que se mostraban en su cabeza. Sabía que la operación de su hermano sería complicada, estaba consciente de ello, pero siempre confió en que su hermano podría salir de esto. Tenía toda la esperanza de que, al volver, Kanon estaría despierto y podría abrazarlo una vez más, pero ahora no estaba tan seguro de eso y tenía miedo.

El doctor lo había llamado diciéndole que había perdido mucha sangre y que había una alta posibilidad de que Kanon no sobreviviera. Se instaló cerca de la proa, temblando de angustia y no se movería de ahí hasta llegar a Athenas.

Para él, estas serían las cinco horas más agonizantes de toda su vida.

Cuando Saga llegó a Athenas fue directamente hacia el hospital, no había querido ir a su departamento a dejar sus maletas, sería una pérdida de tiempo que no estaba dispuesto a desperdiciar.

-Buenas tardes, ¿En qué le puedo ayudar, señor? -preguntó amablemente la recepcionista al ver a Saga asomándose en el mesón de informaciones con el semblante desesperado.

Mentiras a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora